Ataques de pánico

19/04/2011

En ¿Qué es el miedo a volar? vimos que la aerofobia no es un miedo unitario, sino que se compone de varios miedos más concretos como el miedo a sufrir un accidente o el miedo a no controlar la situación. Pero esta fobia también puede coincidir con otras alteraciones de ansiedad, cuya presencia, obviamente, complica el cuadro. Una de ellas es la crisis de angustia o ataque de pánico.

Según la última edición del “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales” de la Asociación Americana de Psiquiatría, el ataque de pánico consiste en la aparición temporal y aislada de miedo o malestar intensos, acompañada de cuatro (o más) de los siguientes síntomas, que se inician bruscamente y alcanzan su máxima expresión en los primeros 10 minutos:

  1. palpitaciones, sacudidas del corazón o elevación de la frecuencia cardíaca
  2. sudoración
  3. temblores o sacudidas
  4. sensación de ahogo o falta de aliento
  5. sensación de atragantarse
  6. opresión o malestar torácico
  7. náuseas o molestias abdominales
  8. inestabilidad, mareo o desmayo
  9. desrealización (sensación de irrealidad) o despersonalización (estar separado de uno mismo)
  10. miedo a perder el control o volverse loco
  11. miedo a morir
  12. parestesias (sensación de entumecimiento u hormigueo)
  13. escalofríos o sofocaciones

Pero, para llegar a comprender realmente qué es un ataque de pánico, habría que distinguir dos cosas que dan sentido al anterior listado de síntomas, a saber: la activación fisiológica del cuerpo ante algún peligro o amenaza real o imaginaria y nuestra reacción a dicha activación.

Cuando nos topamos con algún peligro o amenaza, el cuerpo se activa de una forma característica que ha recibido el nombre de «respuesta de lucha o huída», ya que nos prepara precisamente para eso, para enfrentarnos al peligro o amenaza o para salir corriendo. Ahora bien, ¿qué ocurrirá si nos encontramos en una situación que no permite que esta activación se traduzca automáticamente en acción manifiesta? Pues sencillamente que experimentaremos la activación como algo muy desagradable, lo que puede hacer que se convierta en el nuevo motivo de peligro o amenaza para nosotros, sobre todo cuando el motivo original no existe objetivamente o es de carácter imaginario.

Un mecanismo clave en todo este proceso es la hiperventilación, entendida como la ruptura del equilibrio de oxígeno (exceso) y dióxido de carbono (defecto) en nuestra sangre resultante de una respiración apresurada y superficial que trataba de preparar al cuerpo para una acción inmediata que al final no se ha producido. La hiperventilación tiene dos consecuencias de gran relevancia para lo que nos ocupa:

  • en primer lugar, que el cerebro detecta el bajo nivel de dióxido de carbono e intenta compensarlo induciéndonos a respirar menos, cosa que nosotros sentimos como una dificultad para respirar o sensación de ahogo que nos induce, por el contrario, a respirar más;
  • y, en segundo lugar, que el bajo nivel de dióxido de carbono altera el ph de la sangre, lo que provoca sensaciones como palpitaciones, temblor, mareo, sensaciones de frío o calor, hormigueo, debilidad de piernas o dificultades de visión.

Y, ante ello, es muy fácil interpretar tales sensaciones como señales de que algo va mal en nuestro cuerpo y empezar a tener miedo, ya sea a perder el control, a estar padeciendo un ataque al corazón, a estar volviéndonos locos o incluso a morir.

Sin embargo, una vez que se conocen las causas y el proceso, resulta evidente que el ataque de pánico es un fenómeno inocuo sin ninguna importancia.

Imagen | elbragon

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