Navegar por las mágicas islas Cícladas

03/10/2017

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Hay viajes que comienzan como un pequeño paréntesis en la rutina diaria y acaban siendo pequeñas grandes aventuras que unen almas al son del viento, carcajadas y olor a sal. Descubrir las Islas Cícladas en barco, en buena compañía y con espíritu aventurero es una experiencia que se te queda grabada para siempre en tu memoria y, sobre todo, en la piel. Hoy os invito a volar a Atenas y desde allí zarpar, viento en popa a toda vela, rumbo a las Cícladas.

Cuando embarcas desde Atenas todavía no estás familiarizado con el peculiar y característico paisaje del Egeo, así que en cada parada, expectante desde el barco, observas cómo vas entrando en sus islas y dejándote embriagar por ese paisaje tan singular. Así lo sientes cuando entras en el puerto de la bella isla de Syros, que te embauca con su edificios de estructura clásica que pelean por asomarse al mar. La isla invita a recorrer la ciudad, a callejear por su empedradas calles y a parar en cualquiera de sus terrazas del puerto; por la noche, la isla se enciende bajo el cielo estrellado: si la observas desde el mar, el tiempo se para y hace de ese instante un momento para la eternidad.

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Resulta que la mitología nos cuenta que Apolo, dios de la belleza y de la luz, nació en nuestra siguiente parada: Delos, la más sagrada y venerada de todas las islas en la antigua Grecia. En esta isla deshabitada, pero con un espectacular recinto arqueológico, está prohibido nacer o morir, pero bien merece una visita para descubrir esa Grecia clásica, cultural e histórica de la que siempre hemos oído hablar.

Parada obligatoria en esta ruta es Mykonos. ¿Por qué? Porque huele a diversión, a noches de verano, a terrazas junto al mar. A pasear entre sus molinos, a cenar en su pequeña Venecia. A callejear entre casas blancas con ventanas de colores, a mesas de cuadros azules, a pieles tostadas por el sol de sus playas, a música y a gente con ganas de bailar.

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Como en todo viaje, siempre hay pequeños lugares secretos (o al menos no tan sonados en nuestros oídos) que bien merecen una parada, un paseo o una noche. Ese lugar, sin duda, es Ios. Hablamos de una pequeña isla a camino entre Mykonos y Santorini, discreta, en apariencia sin grandes elementos que le hagan destacar, pero llena de encanto en cuanto te adentras en ella. Una joya para descubrir la vida cotidiana de los habitantes de estas islas. El turista habitual parece que se esconde y en su lugar puedes observar a sus gentes sentados en su puertas o a niños que juegan a conquistar el mundo.

Seguimos navegando e impregnándonos de luz hasta llegar a Santorini, un espectáculo en sí misma. Sí, una obra de arte donde se dieron de la mano naturaleza y hombre. Este paisaje, inigualable y único, formado a partir del hundimiento de la caldera de un volcán, dota de un carácter inconfundible a este lugar. Las cientos de casas blancas construidas sobre la falda de este cráter con forma de media luna crecen en escalinata pujando por ofrecer la ventana con la vista más bella del lugar. Casas blancas, iglesias de techos abovedados azules, callejuelas con ventanas que son miradores al horizonte. Imprescindible e inolvidable una puesta de sol desde Oia para que Santorini se quede tatuada en tu mirada.

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Esta ruta iniciada desde Atenas tiene muchas otras paradas hermosas, mágicas y mediterráneas. Mylos, Paros o Cabo Soúnio, por ejemplo, con el perfil del Templo de Poseidón recortándose en al acantilado sobre el mar. Cada una tiene su esencia, su sabor y para cada viajero su propio significado, pero al final lo que te llevas de vuelta a casa es ese sabor a tiempos antiguos, el salitre de su mar pegado a la piel, la luz que alumbra este paisaje árido y rocoso y el azul cristalino de su mar.

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