Tres miradas sobre Viena

11/12/2017

Volar a Viena significa no sólo volar a una de las capitales más bellas de Europa, también es hacerlo al corazón de la cultura y de la elegancia. Una ciudad para disfrutar de día o de noche, en invierno o en verano, en pareja o con amigos. Sí, Viena nos encanta porque…
· ¿Palacios que guardan siglos de historia? Los tiene ✓
· ¿Un romántico paseo a orillas del Danubio? También ✓
· ¿Una gastronomía de primer nivel? Por supuesto ✓
Tanto es así, que hemos decidido ampliar la frecuencia en la ruta Madrid-Viena-Madrid hasta llegar a los tres vuelos diarios prácticamente todos los días. Abrochaos el cinturón, ¡que despegamos!

Señorial. Ése es el adjetivo que usaríamos si tuviéramos que definir a la capital de Austria con una única palabra, pero por suerte podemos explayarnos. Y nos explayaremos por partes.

Primera parada: mirando al pasado.
Más allá de Mozart, la emperatriz Sissi es el icono más famoso del país. Y con razón. Su huella está presente en los dos grandes palacios de Viena, el de Hofburg y el de Schönbrunn: el primero, residencia de invierno de los Habsburgo durante varios siglos, lo es hoy del presidente nacional. Su docena de edificios representa diferentes estilos arquitectónicos, y también acoge diversas estancias, como la Biblioteca Nacional de Austria, los antiguos salones imperiales y, claro, el siempre interesante Museo de Sissi; el segundo, residencia estival de la corte y de marcado estilo barroco, se asemeja en grandeza y pomposidad al de Versalles. Por algo fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1996.

El Belvedere (o, bueno, el Belvedere Alto y el Belvedere Bajo, porque en realidad son dos) se encarga de completar el triunvirato palaciego vienés combinando arquitectura barroca y jardines de manera sublime; y, atención, con una grata sorpresa en su interior: ¿sabías que su museo alberga la mayor colección de obras de Gustav Klimt, incluyendo El Beso? ¡No te lo puedes perder!

Segunda parada: mirando al presente.
Viena es mucho más que edificios de postín. Superando su imagen clásica, la ciudad se ha erigido durante las últimas décadas en epicentro del arte más inquieto y ha sabido posicionarse como destino alternativo. Y para muestra, un graffiti gigante: el emblemático Wienerwand ofrece metros y metros de paredes para que plasmen sus creaciones. De manera legal. Y junto al Danubio. A un lado, el mejor arte callejero; al otro, la belleza del segundo río más largo de Europa. Original, ¿verdad?

Las fachadas ondulantes y coloridas del Hundertwasserhaus, por su parte, conforman un estupendo ejemplo de arquitectura creativa. Y si entramos en formalismos, el Museo de Arte Moderno de Viena (MUMOK por su acrónimo en idioma alemán) cuenta con importantes obras de Piccaso, Warhol, Beuys, o Lichtenstein, entre otros grandes artistas contemporáneos.

Tercera parada: mirando al plato.
La capital austríaca exhala cultura, también cultura culinaria. Su ubicación en Centroeuropa y el hecho de lindar con otros siete países ha permitido a su gastronomía beber de diversas influencias, como la húngara, la alemana o la italiana. El plato vienés por excelencia lleva incluso su nombre, el Wiener Schnitzel, un escalope de ternera empanado, frito con mantequilla y acompañado de patatas; el resultado… espectacular. El Tafelspitz, un excelente estofado de buey, tampoco se queda atrás.

Pero, sin duda, Viena (y Austria) sobresale al llegar la hora del postre. Destacaremos sólo los dos más conocidos a nivel internacional, pero la variedad es amplísima: de un lado, la Tarta Sacher, una verdadera institución preparada con dos capas de bizcocho que están separadas por mermelada de albaricoque y cubiertas de chocolate negro. El culmen de la excelencia; de otro, el célebre Apfelstrudel, un hojaldre relleno de manzana, uvas pasas y con un leve toque de canela. Ah, ¡y acompañado de helado de vainilla!

Imágenes |  LaMiaFotografiaAlexander TolstykhMaria Loginova