Los hombres pájaro del cielo mexicano

20/04/2018

Esta historia va de hombres pájaro, de cielos mexicanos y de dioses. También de tradiciones ancestrales. Esta historia nace allá por el 600 a.c. y se adentra en la cultura mexicana más auténtica, ésa en la que las tradiciones más arraigadas se abrazan, se respetan y se cuidan. ¿En pleno 2018? Sí, efectivamente.

Esta historia nos sitúa en la región de Totonacapan. En Papantla para ser más exactos.

Totonacapan es la cuna del pueblo de los tres corazones, ése en el que congenian ante la admiración mundial tres denominaciones Patrimonio de la Humanidad: el Tajín, el Centro de las Artes Indígenas y la Ceremonia Ritual de los Voladores, que es la historia que hoy nos ocupa.

Papantla es ciudad del norte; norte del estado mexicano de Veracruz, que a su vez es este de la caótica Ciudad de México. En este enclave yacen el 90% de nuestros protagonistas: esos voladores reconvertidos en auténticos hombres pájaro que hacen cualquier cosa por seguir a rajatabla un ya longevo ritual de culto en el que la fertilidad de la tierra tiene mucho que decir. Un ritual que surgió debido a la necesidad que sintieron sus antepasados de pedir perdón a los dioses tras una fuerte sequía. Y es que, según la tradición mexicana, los dioses siempre mandan.

Pongámosle nombre y apellidos a estos hombres pájaro: son los Voladores de Papantla, encargados de ejecutar la ceremonia: un palo de madera de veinte metros -para estar cerca de los venerados dioses- y una plataforma de veinticinco diminutos centímetros. Cuatro hombres por un lado. Otro hombre por otro lado; con flauta y tambor en mano. Situamos al quinto hombre -conocido como caporal- en la diminuta plataforma. Gira sobre su eje mientras toca la flauta y el tambor. Su cometido es rendir culto al sol y a los cuatro puntos cardinales y buscar la aprobación de los dioses. Cuando obtiene ésta última, se lo indica a los otros cuatro hombres -los voladores de verdad- y estos se lanzan al vacío. Van atados con una cuerda por la cintura y van ataviados cual estramboticas y coloridas aves, penachos incluidos. Y comienza así la danza desde las alturas, girando sin cesar alrededor del palo central, simulando la caída de los rayos de sol y de las gotas de lluvia.

Quienes contemplan semejante espectáculo contienen la respiración, algunos incluso se han tapado los ojos cuando el salto al vacío los sorprendió. La Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción localizada en el centro de Papantla es testigo de todo esto todos los sábados de su vida, pero también podemos disfrutar de un espectáculo similar en el Parque Chapultepec de la Ciudad de México, por ejemplo.

Hay tradiciones que posiblemente nunca mueran, sobre todo cuando el amor a los dioses del más allá siga siendo tan fuerte como incomprensible. O quizás… ¿incomprensible no? Tal vez, en cuestiones de cultura, todo valga.

Foto | Giulian Frisoni

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