Sé que los astronautas tienen una posición privilegiada desde la que ver nuestro planeta, y no me importaría nada hacer una visita por la Estación Espacial Internacional, pero me da la impresión de que están a demasiada altura como para percibir muchos de los detalles fascinantes que se pueden ver desde los 9 ó 10.000 metros de altura de crucero de un avión.
Por eso hace tiempo que pienso que los pilotos tienen la oficina con las mejores vistas del mundo, vistas que cambian varias veces al día y que nunca son iguales en virtud de la meteorología, y no digamos ya si se trata de vuelos intercontinentales.
Pude comprobarlo en persona, además, gracias a un vuelo que hice en la cabina de un MD-88 de Iberia hace unos quince años desde La Coruña a Madrid, a la que me dejaron entrar una vez que el comandante apagó la señal de cinturones y en la que pude quedarme hasta que aparcamos en el finger.
Es por eso que desde entonces -y creo que en realidad ya lo hacía antes- siempre que viajo en avión pido un asiento de ventanilla, que a falta de sacar el título de piloto es lo más parecido que se puede hacer a ir con ellos ahí delante. De hecho, tengo esa preferencia especificada en mi perfil de Iberia Plus, con lo que sin que yo diga nada cuando facturo el sistema ya me asigna automáticamente uno de esos asientos si está disponible, aunque a menudo me encargo yo de escoger el asiento para ir en el sitio adecuado.
El sitio adecuado puede ser un asiento del lado derecho del avión cuando vuelo con destino al aeropuerto de La Coruña, ya que en la aproximación habitual a este aeropuerto se ve la ciudad perfectamente; también sirve un asiento de la derecha cuando vuelas a Londres, ya que de nuevo la aproximación habitual al aeropuerto de Heathrow permite echar un vistazo a la ciudad.
Pero no solo se trata de ver ciudades, sino nuestro mundo desde el aire, ver la huella que dejamos en muchos sitios, lo que es especialmente fácil en Europa, o ver lo increíblemente bonito que es nuestro planeta cuando sobrevuelas Groenlandia a unos 10.000 metros de altura y ves los glaciares fluyendo hacia el mar y lo fácil que es creer que nadie ha pisado nunca esas tierras.
También te da un sentido de escala difícil de apreciar de otro modo atravesar el lago Michigan cuando estás llegando a Chicago y te das cuenta de que con 190 kilómetros es más ancho que el Mar Adriático, que alcanza un máximo de 100 kilómetros de ancho. Sólo ves agua debajo del avión, y es un lago.
Es también toda una experiencia sobrevolar una zona como el Valle de la Muerte y ver como uno de los lugares más secos del planeta en la actualidad debe sus formas a la acción del agua hace millones de años. Hace falta sólo un mínimo de imaginación para imaginarse a bordo de una nave espacial en órbita alrededor de Marte.
No se, quizá mi aerotrastorno sea de los más extremos, pero a mi con una ventanilla y que funcione el mapa que sigue la trayectoria del avión ya me parece suficiente entretenimiento a bordo.
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