Suena a título de novela eso de El Enigma del Labrador, más no lo es. Tan rebuscado encabezado me parece ideal para hablar de una exposición ya inaugurada en el Prado (y que se podrá visitar hasta el próximo 16 de junio) sobre Juan Fernández el Labrador.
Juan Fernández es uno de esos grandes pintores españoles (Barroco, siglo XVII), que goza de escasa popularidad. Y no es contradictorio. Lo que sucede es que el Labrador fue siempre un enigma, desde todos los puntos de vista: personales y profesionales. Nunca se ha sabido a ciencia cierta ni su lugar de nacimiento, ni su lugar de residencia, ni tan siquiera, si su profesión reconocida era la de pintor.
Muchas teorías deambulan al respecto, los historiadores y entendidos en la materia sopesan diferentes posturas: por ejemplo, que era el criado de Giovanni Battista Crescenzi, pintor y arquitecto italiano del Barroco temprano. Lo que parece que sí se sabe es que era ágrafo y puede que también analfabeto. Y que trabajaba en el campo, de ahí lo de Labrador. Lo más curioso de todo es que Juan Fernández, con un perfil tan poco refinado, haya conseguido plasmar en sus obras una delicadeza y perfección tan increíbles. Su especialidad fueron sin duda las naturalezas muertas. Y las uvas sus protagonistas absolutas. De todas las formas y colores, la pasión que sentía por este fruto queda fielmente plasmada a lo largo de toda su trayectoria profesional.
Si te pasas por el Prado a indagar un poco más sobre el Labrador, sube a la sala de la planta superior, esa sala reservada para las colecciones más exquisitas y menos populares. Te encontrarás con 11 de las 13 obras que aún se conservaban de uno de nuestros artistas más enigmáticos de todos los tiempos.
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Foto | juantiagues
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