Paul Klee, pintor, suizo de nacimiento, alemán de corazón. Uno de esos artistas de «rompe y rasga», tan único y diferente, y tan respetado. Su vocación fue incierta en un primer momento. Durante años se debatió entre la música y la pintura. El violín era lo suyo y no encontró su verdadero camino profesional hasta que tomó contacto con Blaue Reiter, grupo de modernistas alemanes en él que Wassily Kandinsky y Franz Marc llevaban la voz cantante. En ese momento es cuando Klee forja su auténtico estilo.
Hasta el próximo 9 de marzo, la Tate Modern en Londres ofrece una retrospectiva del artista con una gran exposición: pequeños lienzos en grandes espacios distribuidos por varias salas. De esta manera, el visitante tiene la opción de asimilar y reposar las obras, que a fin de cuentas, es sinónimo de disfrutarlas.
¿Y qué decir de las características pictóricas del artista? Mezcla infinita de estilos: cubismo, expresionismo, surrealismo, referencias asiáticas; y color, color por encima de todas las cosas. Esa pasión que descubrió en su viaje al norte de África, pasión de la que ya nunca logró desvincularse.
Cuidado amantes del arte. El sugerente Klee os acabará envolviendo. Y lo hará progresivamente, con elegancia y aplomo, con modestia e intimidad. Así era Paul Klee, y así es su legado artístico.
Foto | rocor
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