A veces, la felicidad está más cerca de lo que nos pensamos, a pesar de lo cual nos pasa desapercibida. Por eso, vestida de discreción y eclipsada por la isla que la abraza, Palma de Mallorca sufre en ocasiones el síndrome del soslayo. Los síntomas son evidentes: la miramos de reojo, la sorteamos o, simplemente, la recorremos de puntillas. Una pena porque, como nos confesaría al oído cualquier palmesano de a pie, ojalá dedicáramos tan solo un par de minutos a absorber conceptos nuevos sobre ella y asimilar ideas como que las curvas intrincadas de su casco antiguo esconden tesoros únicos en el Mediterráneo. Así, quizá, reaccionaríamos y, por fin, miraríamos la ciudad con otra mirada, con ojos de deseo. Porque, en definitiva, sí será maravilloso (y placentero) viajar hasta Palma de Mallorca en invierno. Es lejos del verano cuando su aparente calma esconde un hervidero cultural en su punto justo de horneado, aquel que emana un delicioso e irresistible aroma urbanita y local.
Aventurado aquel que esté dispuesto a ver más allá, pues encontrará innumerables fuentes de estímulo creativo en la capital de las Baleares. Entre los iconos de su oferta cultural, destaca este año uno que está de enhorabuena, pues celebra su décimo aniversario. Y lo hace con Implosió, una muestra que aglutina 137 obras que analizan la evolución del llamado arte moderno y contemporáneo desde la perspectiva de lo glocal (global + local).
El museo de arte moderno y contemporáneo de Palma de Mallorca, Es Baluard para los amigos, se hace mayor. Parece ayer cuando nació, llenando de alegría y savia nueva la zona del baluarte de Sant Pere, que formaba parte del recinto amurallado renacentista y que hasta entonces había permanecido olvidado. Hoy, la creatividad sobrepasa su interior y se derrama a través de la arquitectura del museo, un edificio del siglo XXI que convive armónicamente con el del siglo XVI. Sus líneas simples y limpias se relacionan con el exterior, un entorno insólito, diáfano y sugerente, en cuyo vientre se esconde una preciada joya: el gran aljibe de marés, a modo de espacio expositivo, que ha incubado y dado a luz obras de grandes artistas internacionales.
Es Baluard vigila bajo sus faldas, uno a cada lado, dos de los barrios de la ciudad más auténticos y con más encanto: los de La Lonja y Santa Catalina. Calles que conservan su esencia marinera, a su manera y con estilos propios y diferenciados. Ambos tienen como vecino el mar y atesoran rincones perfectos para disfrutar de la gastronomía más creativa, tanto local como de vanguardia (y para digerirla bajo el azul más intenso en una terraza bañada por el Sol). Son barrios de moda, con locales estimulantes que salpican calles como Apuntadors y alrededores (en La Lonja), en las que tropezaremos con restaurantes originales como La Parada de los Monstruos, donde arte, moda y gastronomía convergen para crear una experiencia única, o la peatonal calle Fábrica (en Santa Catalina), donde encontraremos establecimientos singulares como Patrón Lunares, un espacio que, como su cocina, sabe a Mediterráneo y que ha logrado mantener el espíritu pescador de antaño, respetando elementos como las vigas de madera, las columnas de hierro o el espectacular suelo ajedrezado de baldosa hidráulica, dándole a todo un toque fresco y cosmopolita.
¿Y quién observa, desde lejos y con cariño, todo este torrente creativo? Es la Fundación Pilar i Joan Miró, situada en la zona de Cala Major, no lejos del Palacio de Marivent. Muestra con orgullo su apabullante arquitectura, fruto de una bonita historia. Y es que dicen que el gran Miró se enamoró en su día de Palma de Mallorca: de sus raíces, de su cielo, de su poesía, de su azul y de su silencio. Y fruto de ese amor nació el edificio de la Fundación, con forma de estrella y traído al mundo por las manos del afamado Rafael Moneo. Y, a unos pasos, ese amor dio más frutos, como por ejemplo el taller del artista, impresionante construcción del también gran arquitecto Josep Lluis Sert. Su interior permanece tal cual lo dejó el artista, con sus obras inacabadas, su mono de trabajo colgado de una barandilla… Una estampa íntima que pone los pelos de punta.
De creativos es hacer las cosas de manera diferente, ¿verdad? Vayamos de compras por el centro de la ciudad, arrasando en arterias comerciales como las calles Unió, Jaume III, el Paseo del Born o la zona de San Nicolás. Hagamos cosas terrenales como tomar gin tonics en cualquiera de los bares de moda de la Plaza del Mercat, nombres como el Nicolás, el Amor de Madre, el Checkpoint Charlie o el Gibson. Para algo exquisito, acogedor y selecto, entremos en el cercano Tast Club (carrer de Sant Jaume, 6) pero, sobretodo, hablemos de arte y cultura, hablemos de arquitectura singular y hablemos de Palma de Mallorca con pasión.
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