El cine nació en Italia: ¿verdadero o falso? Para conocer la respuesta correcta tendremos que sentarnos en la butaca y vivir primero un breve pero intenso encuentro con Milán, la ciudad que exaltará nuestros sentidos.
Se apagan las luces y el silencio se hace en la sala. Hemos dejado atrás la Piazza de la Scala (el teatro de ópera más grande del mundo) y su intenso sabor a medievo. Nos aproximamos lentamente a la Piazza del Duomo, deslizándonos bajo las impresionantes bóvedas de vidrio que protegen la comercial Galería Víctor Manuel II. Nuestro corazón palpita con fuerza, pues intuimos la belleza que nos aguarda al final del túnel. La trama se precipita y, por fin, ante nuestros ojos se despliega el vasto espacio en el que se yergue, orgullosa, la imponente Catedral del Milán. Y ese final es un momento mágico, emocionante, porque al contemplar tal joya del gótico, sentimos el deseo irrefrenable de poder detener el tiempo ante tanta belleza conmovedora.
Se encienden las luces. Ante nosotros, una metrópolis moderna. Milán es moda, glamour y grandes marcas. Es un flujo constante de elegancia y hermosura, no solo la estática de sus regias avenidas, sino también la de aquellos que las transitan. Todo esto es evidente. Lo que no muchos saben es que Milán está muy vinculada al cine y que varios de sus rincones aparecen en clásicos del celuloide.
Hablemos de pasado y hablemos de futuro, pensemos en cine italiano y en la elegante Milán como estrella invitada. A muchos, la primera película que les vendrá a la cabeza será “Milagro en Milán” (1951), filme de culto ante el que deberíamos quitarnos el sombrero en señal de respeto. ¿El motivo? Estamos ante una obra maestra del gran Vittorio de Sica, ganadora de la Palma de Oro en Cannes, del premio Bafta a la mejor película y actor extranjero y del premio del Círculo de Escritores Cinematográficos de Nueva York. Con semejante currículum, nadie negará que no haberla visto es un auténtico pecado, tan grave como no haber visitado el Duomo (que por supuesto aparece en la película). O eso opinan los amantes del cine, en especial del italiano, que viajan a Milán expresamente para visitar sus escenarios. En definitiva, es nuestro deber conocer la entrañable y esperanzadora vida de Totó en un mísero barrio a las afueras de Milán.
Todo lo contrario al Milán exquisito y lujoso de Emma en “Yo soy el amor” (2010). Un drama que combina con sabiduría una brutal banda sonora de John Adams, la soberbia interpretación de la actriz Tilda Swinton (que da vida a la protagonista) y el esplendor de la ciudad, gracias a una fotografía magistral.
A parte de moda y lujo, en Milán también hay muchos museos. La Pinacoteca de Brera (Via Brera, 28), la Pinacoteca Ambrosiana (Piazza Pio XI, 2), el Museo Poldi Pezzoli (Via Manzoni, 12) y las galerías de los Musei del Castello (Piazza Castello) son algunos de los más conocidos. Pero pocos son los curiosos que están al corriente de que la ciudad esconde dentro de uno de sus magníficos palacios un museo del cine muy interesante, que era lugar venerado para figuras como Hitchcock o Capra: el Museo del Cine Italiano (Vía Manin, 2/B), al cual se accede a través de una puerta lateral del delicioso Palacio Dugnani y que, a pesar de sus reducidas dimensiones, alberga grandes joyas de la historia del cine.
No debemos confundirlo con el MIC o Museo Interactivo del Cine, algo más retirado del centro (Viale Fulvio Testi, 121). Una experiencia lúdica, emotiva y cognitiva a la que deberemos dedicarle, al menos, una hora. Por cierto, entre sus reliquias destaca el proyector Lumière.
Dos ejemplos de que en la capital de Lombardía se respira una constante e intensa brisa de séptimo arte, aunque la tormenta llega en septiembre, con su festival de cine. La de 2014 será su XIX edición y la última como adolescente. Para quien se anime, que tome nota: del 4 al 14 de ese mes. Y para ver como las estrellas del cine, moda y televisión se desmelenan, el plan puede ser cenar en el exquisitamente decorado 10 Corso Como y rematar la noche en un club vecino y de nombre muy cinematográfico: Hollywood (Corso Como 15).
Y ya que estamos en Milán, ¿por qué no vivir una aventura de cine escapándonos al Lago di Como, la excursión más famosa que se oferta desde la ciudad? Esta hermosa localidad enamoró a George Clooney, dueño de dos impresionantes villas situadas en el pueblo de Laglio (Villa Oleandra y Villa Margherita). Además, ha sido parte de los lugares de rodaje de películas como El ataque de los Clones, Ocean’s Twelve, Casino Royale y El otro hombre.
Llega la despedida pero antes, lo prometido es deuda: que levante la mano quien supiera que el cine podría haber nacido en Italia. Fue en 1895, año en que se patentó el kinetógrafo Alberini, un aparato destinado a tomar, editar y proyectar películas. Un año después, Italo Pacchioni rodó la llegada del tren precisamente a la Estación Central de Milán, una de las más grandes y monumentales de Europa.
Viajeros, ¡suban a bordo que nos vamos a Milán!