Hubert Taffin de Givenchy es una de esas leyendas vivas de la moda internacional. Nacido en el seno de una familia protestante creció rodeado de telas y tapices, gracias a la fábrica que su abuelo tenía en Beauvais. Desde muy joven supo que quería dedicarse a la costura, así que, en cuanto pudo emanciparse, se trasladó a París, comenzando en ese momento la que sería su triunfante carrera profesional. Su mejor amigo y una de sus fuentes de inspiración en la ciudad de los croissants fue el mismísimo Balenciaga. A él le debió esa manera tan particular de entender la costura. Quién sabe si de no haber estado influenciado por Cristóbal Balenciaga hubiera conseguido tantos logros, y, buenas palabras, como las que su musa, Audrey Hepburn le dedicó en una ocasión: «su ropa es la única con la que me siento yo misma. Es más que un diseñador, es un creador de personalidad».
Trabajó intensamente durante muchos años, hasta que, en 1995 se retiró -siendo sustituido por John Galliano-. Ahora hace alguna que otra aparición pública, y seguramente se sentirá halagado con todos los homenajes que le hacen en todo el planeta. Nuestro país le dedica una exposición (que se inauguró hace dos días, el 22 de octubre) hasta el 18 de enero, en el Museo Thyssen-Bornemisza. Lo mejor de todo es que podremos palpar la elegancia de sus creaciones a través de una amplia selección de sus mejores vestidos (selección llevada a cabo por el propio Givenchy, en la que no podían faltar los diseños de su querida Audrey) en armónica consonancia con una serie de pinturas pertenecientes a la pinacoteca.
Definitivamente, estamos ante una exposición interesante, apetecible, y un tanto atípica. Nadie debería perdérsela.
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