A Santo Domingo se va a desconectar, a disfrutar del calorcito y a escapar de ese frío con forma de cuesta arriba que, mientras ella sonríe, tiñe de gris a buena parte del resto del planeta. La República Dominicana es un universo pintado de mil colores.
Hasta aquí, todos de acuerdo.
Sin embargo, a la mayor ciudad de aquel país también se va a dejar de lado las comodidades del complejo turístico que nos aloje, tan necesarias como insuficientes. A Santo Domingo se acude a estar activos.
Treinta minutos son los que separan la ciudad de su puerta de entrada principal, el Aeropuerto Internacional Las Américas. Porque sí, Santo Domingo es una ciudad… ¡y no una cualquiera! Estamos ante la más grande, alegre, cosmopolita y hospitalaria del Caribe (con permiso del resto). Santo Domingo es una capital con mayúsculas, con todo lo que eso conlleva. Un baúl del que salen recuerdos para toda la vida, tales como saludar con los sentidos a una joya llamada Zona Colonial, la suma de 16 callecitas que, igual que los buenos perfumes, se presenta en frasco pequeño. El lugar debe recorrerse a pie, mientras se pasa por encima de su terreno adoquinado y bajo la cálida luz de las farolas de hierro. En 1990, la UNESCO quiso que la ciudad colonial engrosara las filas de su Patrimonio de la Humanidad. Y nosotros lo entendemos.
A Santo Domingo se va simplemente a respirar y a vivir. Eso de que “menos es más” es lo que uno asimila cuando camina hasta El Malecón y se detiene a contemplar el ir y venir de la gente, en un frenesí a juego con el Mar Caribe. Relajarse es vida, igual que es puro disfrute sentarse en alguna de las terrazas de los restaurantes de la Plaza España y de la avenida Gustavo Mejía Ricart.
De los muchos centros de arte que atesora la ciudad, nos vamos a quedar con el más fresco y actual: el Museo de Arte Moderno (Avenida Pedro Henríquez Ureña). Tomando el leitmotiv del turismo responsable, este es un buen lugar para conocer más de la cultura propia del país, pues las obras expuestas en sus salas se extraen del patrimonio de artes plásticas modernas y contemporáneas nacionales. Y si alejamos un poco el zoom, tan solo un poco, en el mapa veremos la Plaza de la Cultura, que alberga además otros lugares culturales importantes de la ciudad, como el Teatro Nacional Eduardo Brito.
Parques, parques y más parques. ¡Qué el color de la esperanza no falte en Santo Domingo! Colón, Independencia, Iberoamérica… todos son nombres que acompañan a zonas verdes y de reunión de la ciudad, auténticos corazones de este cálido rincón del mundo. Y como guinda del pastel, el pulmón por excelencia de Santo Domingo, un espacio mágico y de belleza bautizado como Jardín Botánico Nacional (Avenida República de Colombia). Imposible no rendirse ante la exuberancia del más grande y mejor cuidado de su especie.
Volvamos a estas plazas donde los árboles evocan su edén particular, donde la arquitectura ha podido plasmar con maestría sus retazos de historia y donde la gente baila porque es así, porque le sale de dentro y porque es feliz. En particular, regresemos al parque Colón. Estando ahí, a continuación aprovecharemos para tachar de la lista de imprescindibles del viaje a su vecina, la flamante Catedral de Santo Domingo (Calle Isabel La Católica), la primera de América. Entremos en este luminoso templo, disfrutemos de sus altares y de su gran belleza.
En fin. Esto es un poco de Santo Domingo, de una ciudad en la que se pueden ver tantas cosas que uno ni las imagina. ¡Qué craso error, encorsetar un destino con clichés preconcebidos! La capital de la República Dominicana es ese viaje que siempre será, el que nunca querremos dejar atrás.
Foto: Ministerio de Turismo de la República Dominicana.
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