Estambul fue una vez Bizancio, y mucho antes, Constantinopla, también fue la capital de tres imperios, la reina de las ciudades, y la encrucijada del mundo. Todo eso fue Estambul. Y todo eso es hoy en día, aunque sea a través de las huellas de la historia, desperdigadas en lo ancho de su geografía urbana, que también es geografía emocional, porque, como dejó escrito Orhan Pamuk, en esa obra que es una perfecta guía para viajar a este destino al que vuela Iberia, Estambul es, ciudad y recuerdos. Estambul es una metrópoli que llena sus espacios de emoción y sensaciones.
Si subiéramos hasta el Pierre Loti Café, llamado así como el seudónimo del escritor francés Juien Viaud porque era frecuente encontrarlo aquí, en lo alto de la colina, aparte de poder saborear un buen café turco, disfrutaremos de unas maravillosas vistas sobre la ciudad de Estambul, el cuerno de oro, el Bósforo, Europa, Asia, el latido de una urbe, y los diferentes minaretes repartidos por toda la ciudad. Si nos fijamos algo más, si concentramos la atención, podremos entrever desde la terraza del café, seis minaretes juntos. Pertenecen a La Mezquita Azul, enfrente podemos imaginar que se encuentra Santa Sofía, y efectivamente, si subiéramos hasta la colina, nos sentáramos en una de las mesa de la terraza de éste café, y miráramos hacia el horizonte, lograríamos localizar dos de los edificios más importantes de la ciudad, juntos, uno enfrente del otro, en una misma explanada. Uno de esos lugares que concentra la historia de Estambul.
Dos mezquitas imprescindibles
En la zona conocida como Sultanahmet se encuentran dos joyas arquitectónicas que nadie que visite Estambul deja de ver, Santa Sofía y la Mezquita Azul (o Mezquita del Sultán Ahmed). No es una coincidencia que ambas se encuentren enfrentadas, a pesar de que once siglos las separen en el tiempo. Más bien es consecuencia del Sultán Ahmed I que quiso hacer palidecer la antigua construcción cristina con una nueva mezquita. Dos momentos históricos enfrentados, el Imperio Bizantino, San Sofía, y el Otomano, la Mezquita Azul, en pocos metros de distancia, únicamente separadas por un bello jardín.
Santa Sofía es el símbolo de Estambul. Este edificio, que fue primero basílica ortodoxa, después mezquita, y actualmente museo, es famoso por su enorme cúpula, tan perfecta en su desarrollo que se dice de ella que cambió la historia de la arquitectura para siempre. La luz que entra gracias a las novedosas ventanas confeccionadas en su base otorga al espacio interior un ambiente de carácter místico que difícilmente dejarás de apreciar. Además, el techo está recubierto en su mayor parte de mosaicos de oro que hacen reflejar esta luz cenital.
Contra esta maravilla de la arquitectura quiso competir el Sultán Ahmed I y mandó construir la Mezquita Azul justo enfrente. Con la intención de convertirla en la primera mezquita del imperio. Para ello no reparó en gastos y derribos; se construyó en el espacio que ocupaba el Gran Palacio de Constantinopla, el hipódromo y varios palacios que fue necesario comprar a un precio elevado. Se convirtió en una mezquita majestuosa y de un tamaño impresionante que llegó a igualar el número de minaretes que tenía La Meca, seis. Se criticó al sultán por presuntuoso al querer igualar en minaretes a la gran mezquita de la Kaaba. Pero a grandes problemas, grandes soluciones. El sultán mandó construir un séptimo minarete en La Meca.
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