Mi primer encuentro con la ciudad no fue tan colorido, fue en las imágenes en blanco y negro de la película de Michael Curtiz producida por la Warner. Y desde entonces, Casablanca quedó habitada por Rick e Ilsa, Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, y también Victor Laszlo, el agente Renault, o Sam al piano. Cómo pasa el tiempo… Con el tiempo me enteré que aquella otra película, «Una noche en Casablanca», con la que tanto me reía en la infancia y que también tenía a Casablanca como escenario, había nacido como parodia a la de Michael Curtiz.
Pero, en fin, como dejó escrito Groucho en una carta a la Warner, que amenazó a los hermanos Marx con una demanda si usaban el nombre “Casablanca” en su película, cualquiera puede diferenciar a Ingrid Bergman de Harpo. Estoy de acuerdo; sin duda, Ingrid Bergman era más alta que el loco de Harpo. Pero lo que queda claro es que una ciudad no es sólo un conjunto urbano, sino que se va llenando de diferentes significaciones gracias a la cultura.
Gracias al cine o a la literatura cuando uno llega al aeropuerto de Casablanca lo hace con una serie de referencias, por lo que cuando ve la Antigua Catedral del Sagrado Corazón, o toda la medina antigua, más que ver, reconoce, y cuando se dirige al Bulevar 11 de enero sabe que encontrará fachadas de casas de estilo “Art decó”, como sabe que Derb Ghallef es un gran mercadillo donde puede pasar de todo. Gente como Jean Genet, Saint-Exupéry, Albert Camus o Edith Piaf recorrieron sus calles, y desde su mirada nos aportan una idea de la moderna capital económica y financiera de Marruecos.
A Casablanca llegan cada año turistas con la intención de descubrir los secretos de la ciudad. Secretos como las maravillosas fachadas art-decó del Boulevard Mohammed V, donde destaca el magnífico cine Rialto, en el que actuó la cantante Joséphine Baker; el local frecuentado primero por Saint-Exupéry y después por Camus, La Petit Pouce, donde se puede almorzar; el Hotel Excelsior donde el autor de «El Principito» solía quedarse a dormir, o, hablando de secretos, la habitación secreta en la Vila Zevaco, de Edith Piaf y el boxeador Marcel Cerdan. ¿Qué más? Otro secreto nos lo revela Tahir Shah en su libro “La mansión del Califa”. Se trata del barrio del Habbous, que se puede recorrer como una medina, buscando pequeños tesoros entre sus tiendas.
Lo que no es un secreto para nadie es que la Mezquita de Hassan II es la más alta del mundo y que uno se siente bien pequeño delante de ella. Es uno de los pocos recintos que el Islam permite visitar a los turistas.
Sin duda, Casablanca es mucho más que una romántica despedida en un pequeño aeropuerto lleno de niebla, más que un “Vuélvela a tocar, Sam”, más que un loco hotel regentado por los hermanos Marx, más que todas las vidas de artistas y literatos que recorrieron sus calles. Pero te tocará a ti descubrirla.
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