Ludo Collin, rector de la Catedral de San Bavón, en Gante, cuida esta joya como si fuera un bebé recién nacido. Normal, ya que se trata de una de las obras más asediadas de la historia. De hecho, podríamos declararla una superviviente nata: robada, casi quemada, falsificada, vendida, regalada, censurada, escondida, serrada…. Visto lo visto, no es de extrañar que Collin la custodie como si fuera oro en paño. Es su responsabilidad que no le vuelva a suceder nada extraño, por ello, nunca da demasiados detalles sobre como guarda este tesoro. Lo único que sabemos es que las medidas de seguridad que hay en la Catedral, lugar donde se refugia esta obra de arte, son tremendamente fuertes.
De todas sus tablas originales se conservan todas menos una: los Jueces Justos, que fue sustraída en 1934 y sigue en paradero desconocido. Se sabe que su ladrón firmaba bajo las iniciales de D.U.A., pero lamentablemente esto es pasado, ya que se fue a la tumba con ese gran secreto. Así pues, ya veremos si se consigue recuperar algún día o si se queda en el limbo por los siglos de los siglos. De momento, nos conformamos con el lavado de cara al que la están sometiendo: un cuidadísimo proyecto de restauración que ya comenzó en 2012 y que pretende extenderse hasta 2019. Por si os interesa, estas tareas se llevan a cabo en una sala del Museo de Bellas Artes de Gante y todo aquel que quiera, puede observar el trabajo de estos restauradores. Eso sí, a través de un cristal :).
Puede que los menos expertos en arte, os estéis preguntando porque tanta expectación con este políptico. El motivo no es otro que se trate de, tal vez, la obra más importante del arte flamenco. No olvidemos que su autores, los hermanos Van Eyck, fueron los padres de la pintura al óleo. Y, precisamente en este cuadro, plasman como nunca su enorme potencial y capacidad en el asunto. Para que os hagáis una idea del gran valor artísitico de La adoración del cordero místico, os contamos que hay quien afirma, que si la obra estuviese en El Louvre, destronaría a la mismísima Mona Lisa en menos que canta un gallo.
Ahí es nada.
Foto | Jim Forest
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