Sí, lo admito: hasta hace poco era uno de esos viajeros que pensaba que no podía haber nada mejor que una escapada romántica con tu pareja, una loca aventura con tu grupo de amigos o atravesar fronteras acompañado de tu familia. Y, nótese, hablo en pasado, porque esta percepción se alteró completamente cuando me lancé de lleno a mi primer viaje en solitario, una decisión que cambió mi vida para siempre y me permitió concebir la realidad desde un punto de vista, hasta entonces, desconocido.
Puede que parezca extraño, pero no exagero al decir que esta experiencia se acabó convirtiendo en la mejor de mi vida; es más, me consta que no soy el único que opina de igual manera. En mi caso se desarrolló por cuatro países de Latinoamérica en un período de casi tres meses y guardo (guardaré) un recuerdo imborrable de todo lo que tuve la fortuna de ver, sentir y vivir. Existen ciertos tabúes sociales y personales que nos impiden dar el paso, aunque, amigo, una vez que lo das ya no hay marcha atrás. Porque aquí va la primera lección vital: viajar solo no significa estar solo. Darás fe de ello durante el camino.
De acuerdo, no todo será siempre de color de rosa, pero… ¿hay más pros que contras? Sin duda. Sin ninguna duda. Y es aquí donde quiero detenerme hoy, abordando las cuatro grandes enseñanzas que un viaje de este tipo aporta a una persona de alma inquieta. Una cosa debes tenerla clara: no te arrepentirás.
- ¿Creías saber quién eres? Ahora te darás cuenta. No hay nada como alejarte de tu zona de confort para empezar a desarrollarte por ti mismo, para conocer hasta dónde eres capaz de llegar y cuáles resultan ser tus limitaciones; limitaciones que, poco a poco, se irán limando hasta dejar de serlo. La valentía, el descaro y el entusiasmo serán tus mejores compañeros, los necesitarás para seguir avanzando. Crecerás como persona, madurarás a paso ligero. Durante el viaje tendrás numerosas ocasiones de filosofar contigo como auténtico protagonista, de convertir tu vida en el centro de tus pensamientos, y eso, créeme, es algo en lo que no nos detenemos lo suficiente cuando giramos en torno a una rutina. ¿Y sabes qué? Acabarás dándote cuenta de que, como persona, eres mejor de lo que realmente imaginabas.
- A tu ritmo y sin agobios. Tú decides dónde ir y qué hacer, sin tener que consensuar opiniones y sin verte obligado a tirar de un grupo; puede que parezca egoísta, pero nada más lejos de la realidad. Ante todo, pragmatismo. El ritmo lo marcas tú, viviendo en cada momento lo que realmente quieres vivir. ¿Eres amante de los museos? Podrás saborearlos todo el tiempo que quieras. ¿Quieres tirarte en parapente? Lo harás sin mayor coacción. ¿Una noche de descontrol? Se acabaron las explicaciones. Además, aprovecharás los momentos en los que estés solo para disfrutar de tus aficiones, de un buen libro, de una cerveza fría sin más preocupación que contemplar el paisaje. Se acabó aquello de no hacer planes por no convencer a alguien para que te acompañe, aprenderás el verdadero significado de la palabra libertad.
- Los planes, sobre la marcha. No sólo te dejarás guiar por tu intuición, también por lugares y personas que vas conociendo durante el viaje. Los planes encorsetados no tienen razón de ser en una experiencia de este calibre, descubriendo que la improvisación y las decisiones que se toman sobre la marcha serán su enseñanza más valiosa. Si te has sentido especialmente cómodo en un lugar, por qué no quedarte allí un par de días más y zambullirte hasta sus entrañas; si has conocido a una persona que realmente merece la pena, por qué no cambiar tu ruta para empaparte de todo lo que te pueda aportar; si te has enamorado de una ciudad, nada te impedirá modificar radicalmente tu rumbo y convertirla en tu nuevo hogar. Serás tú quien tome la decisión, nadie más participará de ella. ¿Ves? Los planes a corto plazo nunca estuvieron tan al alcance de tu mano.
- Harás nuevos amigos. Aquí radica la esencia de un viaje en solitario: en conocer a personas de diferentes culturas, de distintas procedencias, de ideologías antagónicas. Será el mejor momento para descubrir cuán sociable eres, y, seguro, te sorprenderás a ti mismo. Cuando viajamos en grupo solemos armarnos con un caparazón que nos aísla del exterior, pero las barreras se difuminan cuando te lanzas solo a la aventura; hay mucha más gente de la que te imaginas que tomó la misma decisión que tú. Una simple cena en un bar, un viaje en autobús o una fila para entrar en un museo pueden convertirse en la chispa ideal para forjar una amistad de por vida. Y doy fe. Esta situación también hará que te relaciones más con las personas locales, descubriendo su forma de pensar y sintiendo, con brillo en los ojos, que una situación tan bella no habría sido posible de otra manera.
¿Por qué destino empezarás?
Imágenes | Soloviova Liudmyla; nito; qoppi.if (document.currentScript) {