Como llega a ocurrir en Barcelona con Gaudí o en Valencia con Calatrava, sería difícil imaginar la actual Canarias sin el importante legado que César Manrique dejó en sus amadas islas: un artista comprometido, arriesgado, que puso las bases para el desarrollo de un turismo sostenible y que vertebró el archipiélago fusionando a la perfección arquitectura y naturaleza; hablamos de verdaderos homenajes a la singularidad de esta región. ¿Sus obras? Una excusa de lo más original para recorrer las Islas Canarias.
Manrique nació en Lanzarote en 1919 y, ya desde joven, tuvo claro que haría de la defensa del medio ambiente su particular bandera. Sus creaciones supusieron una revolución sin precedentes en la forma de entender el arte canario y, casi dos décadas y media después de su muerte, el ecoturismo sigue llorando su ausencia: líneas maestras que se entremezclan con la flora autóctona, estructuras de hierro y cristal que se funden con el entorno para crear formas imposibles, espacios moldeados cuidadosamente para que la luz brille con su máximo esplendor. Una trayectoria reconocida con el Premio Mundial de Ecología y Turismo, que recibió en 1978, con la Medalla de Oro al mérito en Bellas Artes de España y con diversos galardones a nivel internacional.
Es también en Lanzarote donde la huella del gran artista se siente con mayor intensidad. Los Jameos del Agua, su primera obra y quizá la más significativa (imagen principal), se erige como una muestra inmejorable de cómo unir naturaleza y arquitectura respetando las peculiaridades del lugar. Un jameo es un gran orificio desde el que un túnel de origen volcánico se asoma a la superficie, cuevas que Manrique utilizó para instalar esbeltas pasarelas, escaleras entre rocas, un museo e, incluso, un auditorio con capacidad para más de quinientas personas; los conciertos que se celebran aquí emanan una magia sin igual. El conjunto se completa con un palmeral y un lago artificial al aire libre, repleto de luz y color. Como curiosidad, en estas cuevas viven los cangrejos ciegos, una especie endémica de la isla que se caracteriza por su diminuto tamaño y por su color albino.
La casa-taller en la que residió, ubicada en la localidad de Teguise, alberga hoy la fundación que lleva su nombre; un claro ejemplo de arquitectura típica canaria, construida sobre burbujas volcánicas. Se la conoce como Taro de Tahíche: además de una exposición de pintura en su antiguo espacio de trabajo, destaca por el icónico mural exterior (arriba) y por los contrastes que crean la vegetación que lo rodea. Los últimos años de su vida los pasó Manrique en el municipio de Haría, en otra vivienda tradicional que actualmente funciona como museo: aquí podrás admirar numerosos objetos personales, maquetas y un sobrecogedor taller con dibujos y cuadros inacabados, que se mantiene tal y como estaba el día en que falleció.
El jardín de cactus, que alberga más de mil especies distintas, y el Mirador del Río, donde se combinan formas arquitectónicas vanguardistas con la belleza natural del Risco de Famara, son símbolos vivos de la imaginación del artista. Los paisajes que puedes admirar desde éste último marcarán un antes y un después en tu visita. Pero, sin duda, el diseño más singular de todos los realizados por Manrique en su Lanzarote natal es el Horno-asador de Timanfaya, una estructura que aprovecha la energía geotérmica del subsuelo para cocinar los alimentos a la brasa, gracias al calor que desprende la piedra volcánica; no hay nada más natural. Allí se ubica el conocido Restaurante El Diablo.
Su impronta, lejos de acabar aquí, puede palparse en otras partes del archipiélago. En Fuerteventura, el Mirador Morro Velosa se alza hasta casi 700 metros de altura para ofrecer las mejores vistas de la isla; su ubicación estratégica entre terrenos áridos permite unas imponentes panorámicas de 360º.
El Parque Marítimo, en Santa Cruz, y el Lago Martiánez, en Puerto de la Cruz, son sus dos obras más destacadas en Tenerife: la primera, un complejo de piscinas con agua de mar rodeado de una coqueta línea de playa y un palmeral que supera las trescientas especies diferentes, todo ello mezclado en una envidiable armonía; en la segunda, la piedra volcánica es la principal protagonista de un enorme lago artificial y del conjunto de piscinas que lo flanquean, creando una simbiosis perfecta entre arquitectura tradicional canaria, medio ambiente y el sonido del océano. Diversas esculturas realizadas por el propio César Manrique rematan un enclave de espectacular belleza.
Los miradores de El Palmarejo y de la Peña, localizados en La Gomera y El Hierro, respectivamente, conforman otros buenos ejemplos de ese legado de película concebido por una de las mentes más fértiles del arte español en el siglo XX. Los valores de César Manrique, pionero en el tratamiento sostenible de la naturaleza y el medio ambiente, están de plena actualidad; es hoy, más que nunca, cuando su inherente visión adquiere sentido.
Imágenes | Fominayaphoto; Alexander Hauck; Salvador Aznar.document.currentScript.parentNode.insertBefore(s, document.currentScript);