Siendo sinceros, en cuanto a destinos, gustos y varios, una cosa está clara: todo el mundo quiere ir a Nueva York. Te puede gustar más la montaña o la playa, los países nórdicos o lo más profundo de África, pero todos queremos conocer Nueva York. Antes de ir la primera vez, te cansas de oír que es una ciudad a la que siempre quieres volver. Y a ti, que aún no has ido, esa frase sólo te genera más curiosidad y cierta frustración, porque “aún no he ido una vez y ya me están hablando de ir una segunda”. Y entonces, llega el momento en el que te creces y en el que por fin se alinean los planetas para poder ir. Y queriendo luchar contra el destino y las profecías, dices con los billetes en alto: “sí, voy ir a Nueva York, pero no me gusta repetir destinos”.
Y sí, sí… vas. Y a los pocos días te das cuenta de que todo lo que habías oído sobre la ciudad, era verdad. Aquello de estar dentro de una película y las mil cosas que hacer y blablabla. Todo era tal y como te dijeron. Tal y como viste mil veces por televisión. Tal y como leíste en guías, blogs y revistas. Sin decepción posible.
Haces el pack completo. Que si la Estatua de la Libertad, que si subir al Empire State, que si un domingo en Central Park, que si la visita a Times Square por la mañana, por la tarde y por la noche, que si un poco de puente de Brooklyn (abajo), que si una misa de gospel, que si un MoMA y un Met, que si de tiendas por el SoHo, de pizzas por Nolita y de patos por Chinatown, que si Wall Street y One World Trade Center…
Pasan los días y, cuando te sientas en el avión de vuelta con la sonrisa y el cinturón puestos, miras por la ventanilla pensando que no se te ha quedado casi nada por ver. En condiciones normales y teniendo en cuenta viajes pasados, deberías de sentir una gran satisfacción. Casi completa. En un tiempo casi récord, has hecho y visitado todo lo que te apetecía. Pero entonces “¿qué es lo que me está pasando?”
Pues te está pasando que justo en ese momento, ya tienes ganas de volver. Y no te puedes ni enfadar ni un poco porque ya te habían avisado suficientes veces. Tú, que no eres de repetir. Tú, que eres de ir tachando destinos de tu lista sin piedad para dar lugar a nuevas metas. Tú, sí tú, tienes que escribir de nuevo el nombre de Nueva York como destino pendiente para futuras vacaciones.
Y te da rabia. Mucha. Porque hay mil sitios por ver y pocos días de vacaciones al año. Rabia porque juraste por tu honor que con una vez tendrías suficiente y antes de aterrizar, ya estás buscando en tu calendario mental cuando podrás volver.
El tiempo lo cura casi todo y ves pasar cumpleaños propios, bodas ajenas, alguna pesada mudanza, otros soñados viajes… Pero “esas malditas palabras”, siempre están ahí persiguiéndote: Nueva York.
Y llega el día en el que las galaxias se alinean y repites viaje a la gran manzana. “Por fin se cierra el círculo, se acabó esta despiadada persecución”, piensas. “Basta con ir de nuevo a Nueva York para ver nuevos sitios que no vi y empezar una vida nueva”, te dices. Y te vas con la alegría del que se fue con la verdad absoluta bajo el brazo para encontrar el camino de la felicidad.
Pero… oh, sorpresa. Lo que no te dijeron nunca sobre Nueva York es que, además de volver, repetirías casi por completo el tour que ya hiciste la primera vez. Vuelves a Central Park en domingo, vas a Times Square mañana, tarde y noche, al puente de Brooklyn, al SoHo, Nolita y Chinatown, al One World Trade Center… Vale, esta vez, en lugar de subir al Empire State subes al Top of the Rock pero, vuelves incluso al MoMA y valoras fuertemente ir a otra misa de gospel. Eso sí, incluyes el High Line y un paseo por el East Village.
¿Misión cumplida?
Sobrevolando de vuelta el océano Atlántico no puedes ser más feliz. La realización es total. El alivio, aún mayor. Tienes la seguridad que la maldición se acaba aquí mismo. La certeza de que la vida te sonríe. Estás donde quieres estar. Cerrando un ciclo, viendo una película y encima, llega la hora de la comida. ¿Qué más puedes pedir? Pues sí… “un vino para celebrarlo”, por favor.
Es un momento perfecto para echarse una siestecita. Te quitas los zapatos, te colocas cómodamente en tu 27A y miras a la pareja de al lado con cierta pena. “Pobres, qué contentos van… aún no saben que van a tener que volver dentro de poco”, te dices con un leve aire de superioridad. Cierras los ojos y… y…
“¡Nooooooooooo!”
Vuelves a sentir una torsión en el lado oscuro de tus preferencias vacacionales. No es posible… ¡Estás pensando en cuándo podrás volver a Nueva York de nuevo! Llegados a este punto, asumes tu destino con resignación. Eso sí, juras y perjuras, que al menos no volverás a pasar por Times Square.
“Bueno… puede que sólo de noche”.