Si miramos un mapa de Gran Canaria, podemos ver que la isla tiene una curiosa forma, misteriosamente similar a la de una concha marina. Esto no sucede por casualidad. En su interior, en el corazón mismo de la isla, se esconde el motivo: el pueblo de Tejeda, la perla oculta de un territorio que asombra desde el primer grano de arena de su línea litoral hasta la última hoja de su bosque de laurisilva.
Localizado en el seno de una caldera volcánica, este pueblo, el único municipio de toda Canarias que tiene el privilegio de pertenecer a la «Asociación de los pueblos más bonitos de España«, es uno de los principales atractivos de la isla. Vigilado por dos imponentes torres vigías, el Roque Nublo, símbolo natural de Gran Canaria, y el Roque Bentayga, orgulloso desde sus alturas, este pueblo de paredes blancas y tejados ígneos, ofrece esa sensación de placer que todo viajero va buscando al comienzo de una aventura.
Y es que llegar hasta él lo es: menos de 40 kilómetros separan Tejeda de Las Palmas de Gran Canaria, pero para recorrerlos es necesario emplear, al menos, una hora. Eso si no nos detenemos por el camino, claro, cosa harto complicada dados los paisajes que se observan a lo largo de la sinuosa carretera de montaña. Uno de los puntos principales y de parada obligatoria es el mirador de Tejeda, desde el que se obtiene una fabulosa panorámica de todo el valle en el que está contenido el municipio. Desde aquí se pueden observar ambos roques y, si el día lo permite, a lo lejos, la isla de Tenerife, con la silueta del todopoderoso Teide.
Tras subir al coche y recorrer los últimos 10 minutos de ruta, nos espera Tejeda, lugar donde aún se conserva algo de paz pese a la afluencia de turismo. El asombro que produce en el visitante la observación del panorama que rodea al pueblo le lleva a guardar un respetuoso silencio. Solo el aire se escucha en Tejeda.
Lo mejor que se puede hacer en este lugar nada más llegar es pasearlo, observarlo, sentirlo. Su extensión no es muy grande, pero perderse entre sus callejuelas, que evocan a otro tiempo donde los ritmos eran más lentos, es el mejor consejo que se puede dar al viajero recién llegado. Eso y sentarse en alguna de sus terrazas a disfrutar de una deliciosa comida canaria: unas papas con mojo picón o unas cuñas de queso Flor de Guía DO canario, todo ello maridado con un brillante y aromático Agala altitud 1318, un blanco fresco y ácido de la zona, perfecto para acompañar la potencia de los sabores canarios.
Pasa el mediodía, comienza a avanzar la tarde y aquel viajero que no se haya sentido con ganas de atacar en coche a uno de los dos roques (a 15 minutos el Bentayga, a 30 el Nublo), puede estar tranquilo: uno de los placeres que existen en Tejeda y que solo conocen las dos mil almas que viven en él, es ver la vida pasar, observar cómo la luz del día se va extinguiendo detrás del macizo rocoso, mientras el cantarín acento canario va contando historias, historias imaginadas de un lugar que por no querer convertirse en perla, quedó encerrado entre altas paredes de piedra, en un archipiélago que algunos, hoy día, coinciden en llamar la Atlántida.
Imágenes | ©Dani Keral