Lanzarote es la tercera isla más poblada de Canarias, y también una de las más secas: su aspecto volcánico se completa con playas doradas que pueblan las arenas del desierto del Sahara y un paisaje que bien podría ser la Luna. O Marte, por qué no. Hoy hemos viajado a este precioso rincón del Atlántico para explorar parte del Parque Nacional Monte Timanfaya, a media hora al oeste de la capital isleña, Arrecife. ¡Una experiencia espectacular!
De todos los volcanes que alberga Lanzarote, sólo el propio Timanfaya está activo en la actualidad. Ya en el centro de visitantes, escucho con interés a Adolfo López, guía que nos ofrece amplia información sobre la isla y su vulcanismo. Extrayendo una mini linterna de su mochila, señala los tres volcanes que visitaremos en el parque y, conforme avanzamos sobre el terreno, hace gala de un lenguaje científico muy accesible para quienes no tenemos grandes conocimientos técnicos. Mi confusión inicial empieza a desvanecerse.
Primero experimentamos una simulación volcánica en el propio centro: bajamos hacia el sótano por unos escalones muy empinados, la luz se apaga y la habitación comienza a humear como si de una sauna se tratase, con un soplo de azufre y luces brillantes que imitan las famosas y temibles erupciones de la década de 1730. Una vez superado el esperanzador comienzo, visitamos ya el terreno volcánico de la isla insitu, subidos en un vehículo todoterreno. Hablamos de un paisaje espectacular que exploraremos en un pequeño grupo (de cinco a diez personas cada uno) para minimizar el impacto humano en esta zona considerada como Reserva de la Biosfera y Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, que abarca toda la isla.
En este tour geológico de cinco horas vamos dejando a nuestro alrededor los malpaíses, esas tierras baldías de lava que recompensan los esfuerzos de los viajeros activos: aquellos que saben que la mejor forma de explorar un nuevo destino es poner un pie delante del otro y no simplemente permanecer tumbado en la playa o al lado de la piscina.
Comenzamos un recorrido circular por la Montaña Colorada, nombre que también se ha usado para describir la isla en general, y pronto me llama la atención que su color se debe al hierro. Este volcán, formado durante las principales erupciones entre 1730 y 1736, es llamativo, pero más aún sorprendente resulta La Bomba, una enorme roca expulsada en forma de lava durante la erupción de la Caldera Colorada.
He venido vestido con pantalones cortos, camiseta, botas de montaña y una (literal) manta de crema solar, lo que hace que me sorprenda el equipo de trekking que lleva Alfredo, con sombrero, chaqueta y pantalones. Al rato me doy cuenta de que utiliza la ropa para protegerse del sol y producir un ligero sudor que acabará refrescando cuando el calor esté muy intenso; un calor que empiezo a sentir cuando llegamos al siguiente volcán: El Cuervo, tan negro como el ave que le da nombre. Cuervos no hay en las cercanías, pero sí halcones con nidos cercanos. ¿Dónde hemos visto este paraje? El interior de este volcán derrumbado, al que se puede acceder, es donde se grabaron dos episodios de Doctor Who hace muchos años. Como curiosidad, el legendario músico Brian Eno protagonizó un concierto aquí hace casi dos décadas.
La tercera y última parada de nuestro recorrido es la Caldera de la Rilla, que implica unos cuarenta minutos de caminata moderada, pero desafiante, hasta la cima de este volcán que nos dejó unas magnificas vistas de la costa de Lanzarote.
Como parte de la excursión, nos dirigimos a un guachinche en lugar del habitual almuerzo campestre: se trata de un restaurante típico de Canarias, de ambiente hogareño y familiar, en la pequeña aldea de Conil, con sus paredes interiores decoradas como un libro de visitas con comentarios escritos en rotulador negro. Además de los platos clásicos canarios como las papas arrugadas, hay vinos blancos y tintos caseros, elaborados a partir de uvas malvasía cultivadas en el suelo volcánico y que van desde dulce a muy seco. Una lástima que tuviera que interrumpir mi almuerzo para tomar el vuelo de regreso…
Sí, fue una experiencia estimulante, educativa y reveladora, con aproximadamente siete kilómetros de caminata fácil a moderada. También es posible elegir otra variedad de tours, haciendo hincapié en la observación de aves, islotes, otras áreas de la isla y más. Una cosa sí que es cierta: no te quedarás sin experiencias memorables en Lanzarote. ¡Completamente recomendable!