Para unos ojos occidentales como los nuestros, China representa un universo completamente distinto en numerosas facetas de la vida cotidiana; y la época navideña, claro, es una de ellas. Hablamos de un país donde solo el 1% de la población profesa la religión católica pero que, poco a poco, va adoptando estas nuevas celebraciones e implementándolas al imaginario colectivo, sobre todo en las principales ciudades. Una Navidad sui generis la china, pero Navidad al fin y al cabo. Es tiempo de Sheng dan jie.
El cambio más llamativo radica en la ausencia del trasfondo religioso, al contrario de lo que ocurre en Europa o América, un eje sobre el que planea esta festividad. Aún hay fieles que acuden a la iglesia para oír Misa de Gallo en la medianoche del 24 o que lo afrontan con este simbolismo, sí, pero la cuestión espiritual suele quedar en un anecdótico segundo plano; sin ir más lejos, el 25 de diciembre es en China un día laborable como cualquier otro. Su calendario se rige por otros propósitos.
Los expatriados y extranjeros sí lo viven en primera persona: se siguen reuniendo para cenar juntos, ya sea en familia o en grupos de amigos, y en muchos casos se encargan de hacer partícipes a sus colegas chinos del espíritu navideño. Comparten mesa y comida, intercambian regalos y entonan las melodías más conocidas de esta época del año; Jingle Bells es el villancico por excelencia en el país, que cuenta incluso con versión propia.
Llama la atención que cada vez son más los jóvenes chinos que toman estos días como excusa para reunirse en locales de comida internacional, disfrutar de una buena compañía (preferiblemente a la hora de la cena) e imbuirse de otros preceptos culturales. La pizza se erige como el plato estrella de estas fechas, sin que nadie acabe de entender muy bien por qué. Los restaurantes están empezando a preparar encuentros navideños, viendo el filón y cómo cala de hondo en las nuevas generaciones. Acabarán por hacer de ello tradición; al fin y al cabo, se trata de compartir buenos momentos.
Mucho más similar a nuestra Navidad es lo que se vive en los grandes centros comerciales de ciudades como Pekín o Cantón, que se convierten a finales de año en un hervidero de gente dispuesta a saborear la esencia de esta época. Algo tiene que ver también el enfoque consumista, por supuesto, que las tiendas aprovechan para vestir sus mejores galas: son mercados repletos de luces de colores, adornados con motivos navideños y en los que el sempiterno árbol de guirnaldas ocupa un lugar central (conocido como Sheng dan shu); es común, incluso, que suenen villancicos para endulzar el ambiente. Tampoco será raro toparse con algún Santa Claus (Sheng dan lao ren en chino), con sus duendes y con su jolgorio tradicional para hacer las delicias de los más pequeños. Los gorros rojiblancos comienzan a ser tendencia.
También existen grandes urbes en las que, a diferencia del resto, la Navidad adquiere ese protagonismo especial al que estamos acostumbrados por estos lares. Buena culpa de ello la tiene su mayor nivel de occidentalización, como ocurre en Hong Kong, donde se celebra por todo lo alto; por su parte, el célebre Bund de Shanghái y sus principales avenidas lucen orgullosas ornamentos navideños y, además, son conocidos los espectáculos pirotécnicos y musicales en la ciudad para dar la bienvenida al nuevo año.
Ahora sí, estamos listos para decir… Kung His Hsin Nien Bing Chu Shen Tan!