Cuando llegué a San José, mi primera impresión fue que era abrumadoramente gris y con mucho cemento por todos lados. Carla, nuestra joven guía, nos dijo que la capital de Costa Rica había sido maltratada por las guías turísticas y los medios comunicación; pero la realidad es que no sólo los medios han sido duros con la ciudad, también lo han sido sus urbanistas, sus políticos y, tal vez, algunos ciudadanos.
Eso no es óbice para que haya verdaderas joyas de carácter histórico y artístico repartidas por San José: conforme nos adentramos por sus calles descubrimos un colorido lienzo urbano que le otorga un aspecto muy genuino, y es que gran parte del arte callejero se concentra en el barrio funky de La California. Reunir allí a los artistas del graffiti fue una decisión gubernamental, en una zona cercana a la Universidad de Costa Rica y al Museo Nacional de Costa Rica; teniendo en cuenta su ubicación, no es de extrañar que se haya convertido en un barrio creativo y juvenil que juega con soltura con la experimentación artística.
Sin ir más lejos, durante mi visita me topé con algunos artistas en pleno trabajo, uno con una lata de spray y el otro con un pincel y un cubo de pintura roja, quienes nos explicaron que participaban en un festival de arte callejero. Parte de las creaciones habían sido encargadas (o, al menos, fomentadas) como una forma de regeneración y embellecimiento urbano, para hacer que la capital resultara más interesante y atractiva tanto para sus propios habitantes como para los visitantes.
Y es que, rascando un poco, comprobamos que San José tiene un trasfondo artístico que se percibe en toda la ciudad. En el famoso Mercado Central, el gran mercado cubierto del centro histórico, descubriremos esculturas de metal en forma de perros de dibujos animados y otros animales; también se enorgullece de su Museo de Oro Precolombino, que alberga una de las mayores colecciones de oro precolombino de América, y del Museo del Jade, la colección más grande del mundo de jade precolombino, ambas unas experiencias de primer nivel.
Esta rica tradición de otras épocas también se refleja en los graffiti de la calle, que además incorporan con naturalidad sorprendentes coloridos hasta transformarlos en obras únicas. Y con motivos variados, desde formas geométricas a gatos, sadhus hindúes o anarquistas enmascarados; eso sí, hay algo que destaca por encima de todo lo demás: los retratos juveniles y las imágenes de los pueblos tradicionales de América Central (arriba).
Una de las mejores obras se inspira en las máscaras tribales de Boruca (arriba), un pueblo al suroeste de Costa Rica que las utilizan en los rituales de baile. Si quieres ver y/o comprar una de estas máscaras auténticas, la encontrarás en la maravillosa Galería de arte Namu, en el centro capitalino.
Aunque gran parte del arte callejero es anónimo o creado por artistas sin nombre, hay uno que destaca especialmente, conocido como Negus; hablamos (también) de uno de los tatuadores más populares de San José, que realiza dibujos de gran tamaño y otros mucho más coquetos. Satisfecho con la libertad de expresión artística que tienen los graffiteros en la ciudad, éstas son sus palabras: «¡Si tienes algo bueno que mostrarle a la gente, [las autoridades] te dejan pintar!»
Y como dijo Carla, nuestra guía, «San José nunca será la Ciudad de México o Buenos Aires. Pero vivimos aquí, y nos gusta».
Imágenes | Elen Turner