El gran director de cine italiano Mario Monicelli, último maestro del género denominado commedia all’italiana y nominado a los Oscar hasta en seis ocasiones, dejó un cortometraje sobre el céntrico barrio romano de Monti como último legado antes de morir. En el film mostraba la otra cara del que, hoy en día, es considerado como el vecindario más cool de Roma. Pero Monti no siempre fue así.
El barrio más antiguo de Roma medró en los montes durante la época de los Césares y de ellos robó su nombre. No fue lo único que robaron sus habitantes. La gran densidad de población plebeya y la insalubridad del lugar hicieron que recibiera el nombre de Suburra (suburbio), pero, hoy en día, los habitantes del barrio de toda la vida recuerdan jugar a la pelota en la Piazza della Madonna dei Monti, icono de la zona y cuyas terrazas rebosan de turistas y locales al atardecer. En sus miradas se nota que les cuesta reconocer su propio barrio.
El rione (barrio) Monti está ubicado en una zona privilegiada, con los principales monumentos de la Ciudad Eterna a tan sólo unas calles de distancia; debido a ello, y tras su limpieza de cara de los últimos años, han sido muchos los nuevos comerciantes, artesanos y artistas que han venido a buscar aquí su fortuna, abriendo negocios alternativos y originales para otorgarle el aura bohemia que le identifica. En sus estrechas calles adoquinadas se entremezclan dos o tres generaciones distintas, pero no es la edad la única diferencia, sino la tribu urbana a la que pertenecen: un anciano mira sorprendido a un joven con largas barbas y pantalón estrecho; él continuará su camino hacia el viejo local donde llevan cortando cabellos y recortando barbas desde 1923, mientras el joven buscará ropa vintage en las tiendas de Via del Boschetto.
Otros cazadores de prendas originales husmean cada domingo entre los puestos del Mercado Monti, en el interior del Hotel Palatino, en el 46 de Via Leonina: en él, artesanos italianos no solo venden ropas diseñadas por ellos mismos, también joyas, lámparas y accesorios. Los amantes de las antigüedades y las rarezas hechas arte contemporáneo acuden al reclamo de tiendas como Isola Novecento o galerías como Fondaco.
No hay que olvidar, sin embargo, que a pesar de la creciente afluencia de turistas al barrio, el lugar sigue siendo de los romanos y eso conlleva que en el barrio se come y bebe bien; aunque hay restaurantes indios, brasileños o japoneses, lo autóctono sigue triunfando. Es complicado hacerse con una mesa en la Taverna dei Fiori Imperiali o un trozo de barra donde probar la excelente carta de Ai Tre Scalini, una bodega fundada hace 120 años que acabó transformándose en un bistró donde la ricota de búfalo con rúcula en miel de trufas es sólo uno de sus platos estrella.
Monti tiene las dos caras, tal y como lo plasmó el gran Monicelli, un monticiano (como se les llama a los viejos vecinos) de los pies a la cabeza, en su última obra en vida: Vicino al Colosseo c’è Monti. El cineasta quiso ir más allá de lo que ahora resaltan los folletos turísticos, mostrando casas sociales donde los hombres juegan al dominó y las mujeres charlan de sus cosas; talleres en los que aún se reparan instrumentos musicales; una vieja carnicería donde su dueño muestra orgulloso cómics de hace más de 60 años; procesiones religiosas al aire libre o un taller artesanal de cerámica.
El viejo Monti existe desde los tiempos del gran Imperio y nunca desaparecerá mientras Roma exista. Los transeúntes descenderán la Via Cavour desde la estación de Termini en busca del Coliseo y, de pronto, sin saber la razón, sus pasos les adentrarán en el antiguo Suburra para que Monicelli les filme desde el cielo.
Imágenes | Matteo Gabrieli; Fiammetta Bruni