Las ciudades y el cine son elementos que van tomados de la mano. Las películas necesitan de las ciudades para situar sus historias, sus personajes. Hay lugares que, incluso, conocemos antes de haberlas visitado gracias al séptimo arte, pero también hay películas que van más allá… convirtiendo las localizaciones en un personaje más de la historia; sin él es como si faltase el detective que busca una pista o el asesino que comete un crimen. En esta ocasión, haremos un viaje por algunos destinos Iberia en busca de esos lugares que tuvieron una actuación estelar en diferentes películas. Estados Unidos, Francia, Bélgica, allá vamos.
Comenzamos en Estados Unidos, en Los Ángeles, ciudad que ha formado parte de innumerables películas. El joven director y guionista Damien Chazell decidió contratar a la enorme urbe, junto a Emma Stone y Ryan Gosling, como protagonista de su obra La La Land, y fue todo un éxito: la ciudad brilla desde la primera escena, en la que aparece uno de sus famosos atascos reconvertido en un escenario musical, pero además con momentos míticos como el del baile en el parque Griffith y sus vistas panorámicas; también con la magia sin palabras dentro del observatorio homónimo (imagen principal). La sexy y elegante Los Ángeles deja embobado al espectador, como Rita Hayworth en Gilda en aquella escena donde se quita el guante al ritmo de Put the blame on mame.
¿Y París? ¿Qué decir de París, una de las ciudades más filmadas de todos los tiempos? Moulin Rouge, Amelie… no son pocas las películas por las que esta ciudad podría haber sido nominada en este artículo, pero el honor se lo va a llevar una película de Woody Allen, Medianoche en París. Aquí, París hace un papel apoteósico; tanto es así que, si no se hubiese filmado allí, perdería gran parte de su sentido.
En ella, un escritor viaja con su esposa hasta la capital francesa y queda fascinado por lo que le inspiran sus rincones: el museo Rodin, el paseo junto al Sena, la decana librería Shakespeare and Co… En estas escenas, París comienza a brillar, pero su actuación estelar ocurre a medianoche, cuando el protagonista, sentado sobre la escalinata de Saint Étienne du Mont, en el barrio Latino, ve un coche de los años veinte (arriba). En su interior, T.S Elliot y Scott Fitzgerald le invitan a subir. De esta forma, noche tras noche, se encuentra por las calles parisinas con Dalí, Buñuel, Picasso, Gaugin… grandes personajes de la época que le muestran la atmósfera vibrante que envolvió la ciudad en aquellos tiempos. Algo, claro, que sólo podría haber sido posible en París; sin su colaboración, todo lo que descubre el protagonista sobre sí mismo no habría sido posible. Todos esos personajes históricos son, en realidad, París, el otro gran personaje de la cinta de Allen.
Y de París cambiamos a Brujas, esa preciosa ciudad belga conocida por sus canales. Nadie duda de que se trata de uno de los destinos más bellos del país, razón por la que el director Martin McDonagh la eligió mientras escribía el guión de Escondidos en Brujas, película en la que dos asesinos a sueldo son enviados por su jefe para que se escondan después de un grave error cometido por uno de ellos. Brujas no fue elegida (únicamente) como localización, también como actriz: es un personaje femenino que seduce a uno de los asesinos con su arquitectura medieval y sus vías acuáticas; pero no solo eso: la actuación de Brujas va cambiando mientras la película avanza y se desvelan aspectos de la trama. La ciudad se va transformando en un lugar totalmente distinto. Un verdadero cambio de registro.
Ciudades que fueron personajes; personajes que, a su vez, podrían haber ganado un premio Oscar de haber sido sujetos de carne y hueso. Esa es la magia del cine y, sobre todo, la belleza del mundo en el que vivimos.
Imagen | superjoseph