Chile, atlas de su geografía humana

19/03/2018

Viajar sola a Chile

  1. Comer.
  2. Dormir.
  3. Respirar.
  4. Viajar solo a Chile.

La visita a aquel país en la única compañía de los propios pensamientos, de los ecos mentales, debería entrar dentro de la categoría de necesidades básicas, algo así como una asignatura obligatoria de la carrera de la vida llamada Chile a solas.

Si las historias te conectan con (el lado más humano de) un destino, Chile fue para mí la máxima expresión de esta idea. Ese país largo y estrecho resultó un viaje muy humano, el compendio de las historias reales que sus gentes compartían conmigo al avanzar y cruzarme en sus caminos: Santiago y el pintor famoso, Elqui y la cantautora agridulce o Entre Lagos y la señora del pan calentito, que soñaba con que su hija regresara de la capital; esas historias son mi excusa para acercaros a los rincones del país en los que tropecé con sus almas, y que enriquecieron el viaje. Y todo eso sola o solo, un estado civil transitorio que ayudó, muy probablemente, a que la conexión con esos lugares y esas personas se multiplicara por mil.

Santiago

Aún hoy me cuestionó si solo la casualidad me llevó de la mano hasta aquel café del barrio bohemio de Lastarria, en pleno centro de Santiago de Chile. Sentada en mi mesa a los pies del Cerro Santa Lucía, el sol relucía mientras me comía una tarta de chocolate y manjar en aquel, un remanso de paz: me sentía feliz, plena, conectada con la ciudad en la que hace poco había aterrizado. Santiago fue la primera parada de mi viaje, el principio y el fin, el círculo perfecto.

Frente a mí estaba él, decorando el local con su pose de artista bohemio y maduro. Así fue como conocí a René, el pintor famoso; al rato se nos uniría su hija y ahí estuvimos los tres, charlando, riéndonos del destino. Cuando René me dijo que por nada del mundo debía saltarme el Valle del Elqui en mi viaje por Chile, el corazón me dio un vuelco. Y es que, desde que había sabido de ese rincón del país, sentía que estaba hecho para mí. René y su hija acabaron de convencerme de que iba a ser una etapa imprescindible en mi ruta. También me llevaron a comer pizza a la calle Merced y me descubrieron la vida nocturna del barrio de Bellavista.

Por ese y por otros motivos, sentí que aquel encuentro no era algo accidental. Y puse rumbo al norte.

Valle del ElquiRuta por Chile

—¿Viajas sola?

—Ya no.

En el desayuno del hotel, y con toda naturalidad, Virginia se autoinvitó a mi vida, convirtiéndose de un plumazo en mi compañera de viaje por unos días, arrancándome del hastío de La Serena.

Juntas pusimos rumbo a Vicuña, un pueblo maravilloso donde hicimos base y que es puerta de entrada al mágico mundo semidesértico del Valle del Elqui. De día, la suiza afincada en Barcelona y yo visitamos el Museo Gabriela Mistral. Horas antes habíamos escuchado absortas las historias de la dueña de nuestro hotel, una señora elegantísima, con su batín de seda azul, y cuya tía había sido tan íntima de la poetisa, que hasta había escrito su biografía; al caer el sol, nos fuimos de excursión a uno de los observatorios de los alrededores, llenando la límpida noche de estrellas con las que nunca hubiéramos soñado: vimos Saturno, contemplamos esas constelaciones que en mi hemisferio de residencia se esconden.

Aventura tras aventura, quisimos ir a visitar una destilería de pisco y, de paso, perdernos por los pueblos del valle del Elqui, que son maravillosos. De camino, una parada para descansar nos llevó a un café y de ahí a su dueño místico y de ahí a compartir una improvisada comida entre amigos, una colección de curiosos personajes. Acabé sentada delante de la anciana María, la entrañable profesora retirada a quien su familia había dado la espalda, por espíritu libre y adelantada a su tiempo. María, con sus gafas oscuras y su pelo rojo, era la viva imagen de un ser inadaptado. Guitarra en mano, nos deleitó con unos temas compuestos por ella misma, desgarradores, cargados de amargura.

Entre Lagos

Tierra de volcanes, de rápidos y de paisajes impresionantes. Tras varios días de actividades juntos, los chicos del refugio en el Parque Nacional Puyehue ya eran parte de mi familia. Tras pasar el día escalando con ellos, me recomendaron que me acercara a probar el pan y el dulce de la señora Emilia. Ni por un instante lo dudé.

Hule de plástico y flores, fotos de familiares en estanterías y paredes, humilde desorden y omnipresente autenticidad. La señora me recibió en medio del campo, es su casa destartalada, llamándome hijita. “Siéntese —me dijo—. ¿Quiere un poco de pan calentito?

Con mi café aguado y un bollo algo insípido, me sentía en medio del medio de la nada. Pero eso fue lo de menos, lo de más fue acabar abrazadas, ella entre sollozos, consumida por la pena de una hija que “vive en Santiago y nunca me llama”.

Nunca olvidaré Anticura.

En Chile me alimenté de historias tanto como de deliciosos guisos y pastel de choclo. Deja que Iberia te lleve a un destino excelente para alguien que viaja en solitario; en aquel país, que me tiene enamorada, siempre, siempre, siempre hay alguien en el camino dispuesto a darte conversación, a contarte una historia, a regalarte su fugaz compañía y, en definitiva, a ayudarte a que te relajes y te sientas bienvenida. Superar la prueba de viajar solo es sentirse más fuerte, más capaz y, sobre todo, más libre. Ya nada te frena y eso es excelente.

Imágenes | Marita Acosta

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