Sí, lo confieso, soy fan de la serie Vikingos. He devorado sus temporadas como devoro los viajes, con ganas locas, entusiasmo y casi sin respirar. De ahí que, al casar la fuerte presencia vikinga en Dinamarca con la posibilidad de volar con Iberia a Copenhague, no me faltara un tris para empezar a maquinar mi ruta: la que me llevaría por algunos de los rincones del país en los que ese pueblo nórdico tan pillo, cuya influencia sobre Europa marcó la historia del continente, es profunda y palpable. Partiendo de la capital, y con parada de rigor para empaparme de su paisaje urbano y su gastronomía de vanguardia, el itinerario me conduciría por tres paradas: Roskilde, Slagelse y Ribe.
No son todos los que están pero sí están todos los que son.
¿Quién no conoce Roskilde por la música? Más allá del colosal festival que atrae a miles de personas hasta ese rincón del norte de Europa, la que fuera hace más de 1.000 años zona de intercambio vikingo es, de las tres paradas que menciono, el lugar más cercano a la capital (a solo 30 kilómetros al suroeste de Copenhague).
En la catedral de Roskilde tuve la oportunidad de visitar las tumbas de los reyes y reinas daneses (Domkirkepladsen 3). Sin embargo, lo que de verdad me conquistó de la ciudad fue esa flota de barcos vikingos con la que pude navegar por el fiordo (solo faltaba, flanqueándome, el excéntrico de Floki).
En el Museo de Barcos Vikingos (Vindeboder 12), situado en el puerto de Roskilde, se pueden admirar los restos de cinco barcos vikingos del siglo XI. Los niños son especialmente felices en el “Vikingeskibsmuseet”, donde cumplen sueños como montar en una copia de un ‘Drakkar’ o nave vikinga, para lo que conviene llegar temprano. La cafetería y la tienda también merecen una parada.
Slagelse, 100 km. al suroeste de la capital del país, fue mi siguiente parada. ¿La razón? Inspeccionar los restos de su “trelleborg”, una imponente fortaleza vikinga circular que data de finales del siglo X. La de Slagelse goza de mayor fama pues, a pesar de no ser la única, si es la mejor conservada de Dinamarca, y la que ejerce de matriz, ya que cede su nombre al resto de fortalezas del país. No tuve el placer de visitarla en verano, pero dicen que organizan un mercado vikingo fabuloso.
Al rico pan de centeno. Entre pueblos, ciudades y legado vikingo, fueron muchos mis altos en el camino para recuperar fuerzas. Estos devinieron oportunidades para comer al estilo tradicional danés, sumergiéndome aun más en su cultura. Me inspiraron para resolver las comidas en ruta de manera inteligente, fácil, barata y local. Todo gracias al pan danés.
Para muchos daneses, el almuerzo consiste en generosas rebanadas de pan de centeno untadas con mantequilla y cubiertas con salchichas, huevo hervido en rodajas o pasta de hígado, también con pollo asado o salsa tártara. Todo tan calórico –aunque el pan moreno de centeno en sí tenga muy poca grasa- como reconstituyente. A pesar de su sabor ligeramente ácido, me convertí en una forofa del “rugbrod”. Y hasta hoy.
Seguimos. Es el turno de Ribe, el pueblo más añejo de Dinamarca. Allí se encuentran la Catedral de Ribe y los museos sobre los vikingos. Y aquí es donde me detengo.
Por un lado, el Museo de los Vikingos de Ribe (Odins Plads 1) se sitúa en el espacio que antaño ocupaba el puerto, época en la que Ribe era una ciudad con un peso específico aun más cardinal en Europa Occidental. Mención especial merece la reconstrucción a tamaño real del mercado vikingo, entre salas que ayudan (cuando la traducción al inglés lo permite) a adquirir la teoría que luego vives en la práctica. Me refiero al Centro Vikingo de Ribe (Lustrupvej 4), una auténtica aldea a tamaño real por la que puedes pasear. Los niños alucinaban. Fue ahí donde pude empaparme, gracias a las actividades que recrean, del estilo de vida de su pueblo, entre animales y construcciones tradicionales. Pero no solo de vikingos vive Ribe: disfruté de lo lindo paseando por las calles adoquinadas de tan encantadora ciudad medieval.
En total son cinco horas de coche que, con sus paradas, fotos y momentos, se convertirán en una escapada en condiciones. En familia, con amigos o en pareja, la ruta vikinga por Dinamarca es un viaje que a todos encaja, ya sea por curiosidad, diversión, historia o puro frikismo.
Autor e imágenes: Marita Acosta