Israel, ¡qué recuerdos! De ellos, buena parte fueron culpa de nuestro guía, líder de la génesis de momentos imperecederos.
Recuerdo cuando nos descubrió el mercado de Jerusalén. Nos visualizo en su interior, sentados alrededor de una mesita baja. Vestía yo modestamente, y me esforzaba en reposar las emociones de una mañana altamente intensa. En Mahane Yehuda, como también lo llaman, no abundaban ni la gente, ni el ajetreo, ni el agobio. Eso me gustó. Cierro los ojos y las reminiscencias que me asaltan son propias de un momento sosegado, auténtico.
De Jerusalén atesoro múltiples recuerdos más, como aquella marea de lágrimas que brotó de mis ojos de repente, causando mi perplejidad y sin motivo aparente. Fue ante las vistas en el Monte de los Olivos. “No te preocupes, es algo normal”, me dijo el guía. “¡Le pasa a todo el mundo!”. Yo no entendía nada. Tras unos minutos de total desconcierto, en los que al girarme en busca de mi amiga me percaté de que ella también estaba siendo presa de tan inexplicable reacción, comprendí que Jerusalén es la turbina que remueve infinitas emociones, una que concentra energías y las convierte en algo mágico. Eso es lo que está en el aire, y que aun hoy no es comparable -a nivel sensaciones viajeras- con nada que haya vivido antes o después, bueno sí: con el subidón que me sobrevino frente a las cataratas de Iguazú al sentir la brutal fuerza de la naturaleza. Pero esa es otra historia.
Volviendo al mercado Mahane Yehuda, se encuentra en la calle Jaffa de Jerusalén, más concretamente en el lado oeste de la ciudad y no lejos de la plaza Davidka, cuyo nombre oficial es Kikar Haherut. En él se mezclan olores y sabores. Al igual que existen objetos cuya percepción cambia completamente dependiendo del tipo de luz o de la hora en la que los afrontemos, el mercado de Jerusalén se transforma según el día de la semana en el que lo visitemos. Así, durante las horas centrales del viernes es sinónimo de clímax, de efervescencia. Por contra, con el sexto día de la semana llega la calma, momento idóneo para observar los dibujos y murales del joven y prometedor artista callejero Solomon Souza, que con sus coloridas intervenciones está cubriendo las barreras metálicas de los comercios del mercado con retratos de famosos, como los de Steven Spielberg o Albert Einstein (y así a decenas). Un arte digno de ser contemplado.
Comprar, comer, curiosear. En el mercado de Jerusalén todo es posible, todo está bien. Venden delicioso pan, especias, zumos o frutos secos, además hay varios cafés en los que se pueden probar platos típicos o hacerse con deliciosas raciones de comida preparada. Los pasillos del mercado Mahane Yehuda son un paraíso de los condimentos, así como de las pequeñas compras, que acaban siendo un gran regalo para amigos y familia.
Al perder el día su nombre, repetimos visita. El mercado cuenta con bares que cobran vida cuando cae la noche. Son locales pequeños, desenfadados y de ambiente local, rincones, barras o mesas en las que sentarse, refrescarse con un jugo de granada recién exprimido, y dejarse mecer por esa atmósfera tan mágica, tan única, que Jerusalén tiene. El mercado de Jerusalén es una experiencia local en toda regla. Como si de una metáfora de la naturaleza se tratase, el a menudo conocido como «El Shuk» te lo da todo. Compras, comida, sensaciones, olores y movimiento. Tel Aviv solo es el principio.
Imágenes: zeevveez, Emmanuel DYAN | Marita Acosta