Japón en otoño es muchas cosas pero, ante todo y sobre todo, es un compendio de paisajes teñidos de carmesí. Unas hojas -¡ay, qué hojas!-, que se huelen y sienten muy de cerca. Si desgranamos la estación en meses, entonces octubre es tiempo de tradiciones y del “Kamiari-sai”, una curiosa oportunidad de exprimir la magia de Japón, un país amable y zen. Octubre –del calendario lunar- es, en definitiva, el momento en el que otros lugares de Japón se vacían de dioses sintoístas porque todos dirigen sus pasos a otro rincón del país. Y ese rincón se llama Izumo.
Izumo atesora diversas visitas, véase el Izumo Kambe-no-Sato, un centro en el que se cuentan y comparten los mitos, leyendas e historias de la región. Además, se organizan talleres de la mano de artesanos locales en los que estos muestran y enseñan sus ancestrales técnicas. Por si todo esto no fuera suficiente, el bosque natural circundante (“Shizen-no-Mori”), de acceso gratuito, da para bonitos paseos tanto a pie como en bicicleta de alquiler. ¿Qué mejor comunión con el entorno, los colores de las hojas y la naturaleza que moviéndose sobre dos ruedas? Las rutas en bicicleta por el “país del sol naciente” dan para un capítulo aparte.
Volviendo a los atractivos de Izumo, el reclamo estrella de esta ciudad japonesa es, sin duda, el conjunto de edificios sagrados que conforman su santuario. No es difícil dejar volar la imaginación y visualizar la aproximación por una imponente avenida salpicada de esplendorosos pinos, o atravesando, paso a paso y extasiados, la puerta más grande de un santuario en Japón, de la que cuelga en su parte frontal una gigantesca e icónica cuerda de paja enrollada. Con un diámetro de nueve metros y tres toneladas de peso, lo de gigantesca no es figurado. Y al final del camino, un tesoro espera: su dieciochesco santuario principal goza del estatus de Tesoro Nacional.
Izumo se encuentra al este de la prefectura de Shimane pero al oeste del país. Para acabar de situarse, y como si de una matrioska rusa se tratara, el encaje geográfico sería tal que así: Japón contiene la región de Chugoku, que a su vez contiene la prefectura Shimane, que a su vez contiene la ciudad japonesa de Izumo. Para llegar desde la capital de Japón, que es destino Iberia, la ruta más rápida por carretera ronda los 800 kilómetros. No importa: la magia y espíritu de esta especie de metaperegrinación es acometerla por etapas. Así, sí.
Ahora que Izumo ya no es una desconocida, resulta más fácil figurarse las legendarias dimensiones de una celebración como el “Kamiari -sai”. La peregrinación de Izumo tiene como destino el Izumo Taisha, un nombre que se descompone en “taisha” (santuario) e Izumo, que significa “donde nace la nube”. ¿Puede ser más inspirador?
“Kamiari-sai”
Tal es el nombre que reciben el conjunto de eventos que conmemoran la llegada de los dioses a Izumo. La creencia es que, durante el festival, los ocho millones de dioses que se dice que habitan Japón se congregan en Izumo para conversar sobre la felicidad de las personas, del mundo. Días en los que el Santuario de Izumo es presa de fieles que rezan y de sacerdotes que desfilan con sus túnicas color crema y la expresión circunspecta de sus rostros, ante la mirada atenta y silenciosa de residentes y viajeros llegados de mil y una partes.
Las fechas de la gran peregrinación anual a Izumo varían de año en año, y eso del calendario lunar puede resultar confuso. ¿Octubre? ¿Noviembre? Las fechas de referencia lunar son siempre perennes: del 11 al 17 de octubre. Este 2018 el evento arranca el 17 de noviembre a las 19 horas.
En definitiva, a la ciudad de Izumo no se llega de golpe, no. Uno vuela con Iberia, aterriza en Tokio, alucina con la urbe, empieza una ruta y, tras algunas etapas alcanza Izumo, justo a tiempo para el apogeo de la peregrinación. Un apogeo contenido, silencioso y respetuoso, como todo en Japón. ¡Qué país!
Postdata: prohibido ir a Shimane y no sorber una delicia típicamente gastronómica como el “Izumo soba”, un plato de fideos de rancio abolengo, tradicional del periodo Edo.