La diversidad cultural de España no sólo se muestra en aspectos tan evidentes como su riqueza lingüística, su heterogeneidad paisajística o las diferentes costumbres que cruzan el país de norte a sur y de este a oeste. También la comprobamos en un aspecto quizá menos conocido, pero no por ello menos sintomático: la variedad de edificaciones regionales que siembran el país, un apartado en el que clima e historia tienen mucho que decir. Porque no es lo mismo un pazo que una barraca; un caserío que un cortijo. ¿Ya conoces esta parte de la idiosincrasia española?
En Galicia, el pazo
Los pazos han sido desde hace siglos las edificaciones civiles más importantes de la región, y muchos de ellos han llegado a nuestros días en muy buen estado de conservación. Hablamos de una vivienda de estilo palaciego, señorial, en la que residían personas pertenecientes a la nobleza y sobre la que solía girar la vida local; grandes edificios con gruesas paredes de piedra para aislar del frío y la lluvia, normalmente rodeados de imponentes jardines de gran colorido. Sus fachadas, siempre espectaculares. ¿Cuáles destacaríamos? El Pazo de Lourizán (Pontevedra, arriba), el Pazo Museo Quiñones de León (Vigo) o el Pazo de Oca (también en la provincia de Poventedra, conocido como El Versalles español) son excelentes referencias para conocer la esencia arquitectónica de Galicia. En muchos de ellos hay posibilidad de visitas guiadas.
En el País Vasco y Navarra, el caserío
Mucho más modestos, los caseríos (arriba) tienen raíces rurales. Se han convertido en un verdadero símbolo del norte de España por su particular construcción basada en dos niveles (la planta inferior, tradicionalmente dedicada a granero y establo; la superior, por su parte, hacía las veces de vivienda) y por su ubicación en pleno monte sin nada más alrededor que verdes bosques y unas fértiles tierras de labranza. Las postales que dejan son sencillamente espectaculares. ¿Una curiosidad? Todos ellos tienen un nombre propio por el que se les conoce. Hay caseríos que siguen manteniendo su función originaria, produciendo productos hortofrutícolas de primera calidad, pero no son pocos los que se han convertido en preciosos hoteles rurales, en restaurantes o en sidrerías que alcanzan su apogeo entre los meses de febrero y abril. Txotx!
En Cataluña, la masía
Con reminiscencias en las villas romanas, en cuya arquitectura se inspiran, las masías (arriba) están presentes en el noreste español y cuentan con una especial proliferación en Cataluña. Se trata de otra vivienda de origen rural cuyos materiales han ido variando durante los últimos siglos y también en función de su ubicación: piedra en la montaña pirenaica, cemento en las más recientes… y siempre con unos tejados especialmente llamativos. Suelen tener dos pisos, con una distribución similar a la de los caseríos, e igualmente se han ido rehabilitando para usos hoteleros y hosteleros en la actualidad. Como curiosidad y fiel reflejo de su arraigo dentro de Cataluña, la escuela donde se forman las categorías inferiores del F.C. Barcelona se conoce como La Masía tras haber residido varias generaciones de futbolistas en la bellísima Masía de Can Planes, un símbolo del club.
En la Comunidad Valenciana, la barraca
Estas construcciones localizadas junto a zonas fluviales se han asociado tradicionalmente a pescadores y agricultores de regadío, viviendas humildes construidas con materiales vegetales como juncos, cañas y barro. Destacan por sus tejados con inclinaciones pronunciadas en forma de V invertida, ideales para hacer frente a las cuantiosas precipitaciones que suelen darse en el este del país, y por sus fachadas encaladas. Se solían completar con una cruz en la parte más elevada, una singularidad que aún puede verse en muchas de ellas. Las más conocidas son las barracas (imagen principal) de la Albufera de Valencia, donde es posible visitar algunas con más de cien años de antigüedad.
En Andalucía, el cortijo
Podemos encontrar cortijos (arriba) en regiones meridionales de España como Extremadura o Castilla-La Mancha, pero su implantación se desarrolló especialmente en Andalucía. Con orígenes que se remontan a los antiguos reinos musulmanes de Al-Ándalus y sus alquerías, alcanzaron su esplendor en el siglo XVIII como base de una agricultura basada en latifundios y enormes extensiones de tierra; un término que incidió de manera notable en las luchas de clases del siglo pasado. Casi aislado en medio de las explotaciones agrícolas y alojado de núcleos urbanos, la construcción se desenvuelve en torno a un patio central que distribuye las demás dependencias: dormitorios y cocina para la vida diaria; cuadras, graneros y talleres para el trabajo cotidiano. En muchos de ellos, incluso, los jornaleros llegaban a vivir durante las temporadas de siembra y recolección. En la actualidad, muchos de estos cortijos se han reconvertido en hoteles rurales de lujo o enclaves para la celebración de eventos.
Imágenes | StellarD; juantiagues; Mimadeo; Toni Hermoso Pulido; JoseIgnacioSoto