1_Persona audaz, imperiosa y valiente.
2_Gran mamífero carnívoro félido africano, de pelaje amarillo rojizo, con la cabeza grande, los dientes y las uñas muy fuertes, la cola larga y terminada en un fleco de cerdas, y cuyo macho se distingue por una larga melena.
¿Qué tienen en común ambas definiciones de la RAE? Que comparten letras y sílabas con una capital y una provincia que, como aquella persona y ese mamífero, están llenas de orgullo (y así es, simple y llanamente, porque pueden).
León y punto
En un lugar de Castilla de cuyo nombre sí quiero acordarme nos marcamos unas vacaciones “fly and drive” de lo más completitas. La movida perfecta consistió en: volar con Iberia hasta un aeropuerto cercano a nuestro destino, aterrizar en Asturias, montarnos en nuestro coche de alquiler, poner rumbo a León (atravesando unos paisajes mágicos de montaña), dormir en la capital, pasar unas horas explorándola y, a continuación, seguir conduciendo, parando, comiendo, y desconectando digitalmente, todo hasta unir los puntos conformados por una cuidada selección de pueblos bonitos (y perdidos) de León provincia, con parada obligada para contemplar el idilio entre Astorga y Gaudí.
El puñado de horas en la ciudad de León no tuvieron desperdicio. Además de estrenarnos con la cecina en uno de sus restaurantes de cocina tradicional, de esos decorados con madera maciza y servicio sólido, descubrimos que uno de sus platos más típicos es la trucha, ¡y qué trucha! La mañana siguiente bombardeó nuestros sentidos a fuerza de estímulos, entre las cuidadas explicaciones de la audioguía de la catedral, los colores de sus vidrieras, los olores del mercado, los sabores de la lengua de ternera ahumada (allá donde fueres, haz lo que vieres) y los sonidos de la Plaza Mayor. De colofón, disfrutamos de la visita guiada a la Real Colegiata de San Isidoro, un hito del románico, cuyos frescos nada tienen que envidiar a los de la Capilla Sixtina.
Atrás dejamos la capital, rumbo a degustar el afamado buey que se cría y come en León provincia. Con el estómago satisfecho, nos volcamos de pleno en nuestra ruta de pueblos leoneses, más concretamente en perdernos por la comarca de La Maragatería y, por alusiones, en coincidir con el mítico Camino de Santiago. Hicimos de un impecable hotelito rural en Santa Catalina de Somoza nuestra base de operaciones, y solo salimos de nuestra burbuja de pueblos pequeños para visitar Astorga.
En esta zona hay muchas ocasiones para observar la Vía Láctea en todo su esplendor. Con suerte, ¡una cada 24 horas! Y de día, cualquier café, sentados en una terraza entre posadas, mochilas y grupos de pies y almas, es el momento de un himno repetido por doquier: “¡Buen camino!”.
Siguiendo el consejo de los que saben, madrugamos bien para llegar a primerísima hora a Castrillo de Polvazares. Gracias a ello, todo un señor pueblo Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO nos recibió silencioso, prácticamente vacío, con sus aves aquí y allá y algún que otro residente soñoliento. Todo esto bajo el manto de la imbatible luz de la mañana vertiéndose en apenas un puñado de calles perfectamente cuidadas, casas históricas maragatas y una sorprendente oferta de restaurantes.
Castrillo de Polvazares nos pareció un museo al aire libre, perfecto para aprender y entender la vida de los nobles arrieros. En este sentido, algo en las puertas de algunas de las casas llamó nuestra atención: pequeños carteles con el nombre tradicional de la que fuera su habitante, esas mujeres fuertes y robustas que, en silencio y con discreción, ayudaron a levantar León.
La comarca cuenta con otras muchas poblaciones pequeñas, rurales y con encanto, como son El Acebo o, desviándonos ligeramente del camino, San Martín de Agostedo y su cocina casera, o Santiago Millas, con su conjunto histórico de interés. Astorga, ya de dimensiones más urbanas, atesora un Palacio Episcopal con un sello indiscutible: el de Gaudí. Con un exterior de cuento de hadas y un interior a la altura, las vidrieras y los detalles de sus salas crean un juego de luces que, descarado, logra manipular nuestras sensaciones.
De regreso al aeropuerto de Asturias no dudamos en hacer una parada técnica en La Gascona, el conocido como bulevar de la sidra de los ovetenses. Allí quisimos hacer lo típico: zamparnos una generosa ración de fabada, un cachopo gigante y un arroz con leche de rigor. Tras pasear por el centro, comprar un pack de fabada con compango, y rendir homenaje (y selfie) a la estatua de Woody Allen, llegó ese sentido momento que es el hasta pronto.
Aquí se detiene el esqueleto de un viaje por León, ya se encargará cada viajero de completarlo con su músculo y su piel. León esconde muchas cosas entre sus paréntesis. Por las venas de esta provincia algo espartana y a momentos seca (en lo que a sus paisajes se refiere) corre sangre de buey, de caldos amables, de camino de Santiago y de encanto rural. Si buscas tranquilidad, León te la dará. Abróchate el cinturón, pon tu asiento en posición vertical y echa a volar. Arrieros somos y en León nos encontraremos.
Fotos: Luis Rogelio; José Luis Cernadas; Gabriel Fdez.; Marita Acosta |Marita Acosta