Cuando alguien visita Japón, lo más común es que las actividades giren en torno a cuestiones bastante sosegadas, desde ceremonias de té hasta el estilizado teatro Noh. Sin embargo, también es posible disfrutar de un deporte de lucha muy antiguo (sobrepasa los 1.500 años) que destaca por su gran despliegue físico y por unos protagonistas que van más allá del peso pesado. ¿Ya sabes de qué se trata?Sí, lo has adivinado: hablamos del sumo.
De una evolución de las antiguas luchas mongoles, coreanas y chinas, se cree que el sumo (que, literalmente, significa ‘golpearse unos a otros’) se originó como parte de los rituales de la religión sintoísta indígena de Japón, ya fuera para entretener a los dioses o para encarnar el concepto de la lucha humana con un kami (espíritu sintoísta). Durante siglos, sus reglas y puesta en escena han ido evolucionando, como con el clásico anillo de sumo que surgió en el siglo XVI o con el surgimiento de una clase profesional de luchadores (rikishi), altamente regulada.
Pero echemos antes que nada un vistazo a los propios combates. Se llevan a cabo en un anillo dohyō de 16,26 metros cuadrados que se cubre con una mezcla de arena y arcilla: ataviados solo con cinturones rígidos alrededor de sus cinturas y que rodean sus ingles, los rikishi realizan rituales como arrojar sal para purificar el anillo o tomar sorbos de un cucharón para limpiarse la boca y acabar con los espíritus malignos, todo esto antes de caer en cuclillas; cuando comienza la pelea, golpean el suelo con los puños, luego saltan y se agarran en un intento de empujarse mutuamente fuera del ring o de llevar cualquier parte del cuerpo del oponente hacia el suelo, mientras un árbitro (vestido con ropajes tradicionales) observa desde cerca y cinco jueces hacen lo propio desde fuera del ring. Estos combates de una ronda son muy cortos, generalmente con una duración menor al minuto y, en ocasiones, hasta menos de diez segundos.
¿Y por qué son siempre luchadores de tamaño gigante? Todo se debe a la propia técnica: cuanto más pesado es el contendiente, más esfuerzo debe hacer su oponente par moverlo, tirarlo y sacarlo del ring. A pesar de que tienen una apariencia obesa, la mayor parte de ese peso es músculo en vez de grasa, con objeto de proporcionar la fuerza necesaria para combatir. El peso medio de un luchador es de 147 kilos, pero se ha llegado incluso a la friolera de 267 kilos, el más alto registrado.
La dieta para conseguir este peso aporta hasta 7.000 calorías al día y se basa en grandes cantidades de un guiso rico en proteínas llamado chankonabe (arriba), elaborado con pollo, pescado y tofu (a veces se añade también carne de caballo), y acompañado de arroz. Esa es solo una de las numerosas normas a las que deben atender los rikishi dentro de su estricta vida: otras restricciones más consisten en vivir en comunidad, levantarse para entrenar entre las 5 y las 7 de la mañana (depende de la categoría), deben llevar el pelo largo en un moño, deben usar ropa tradicional japonesa en público y, por ejemplo, tienen prohibido conducir automóviles. Curioso, ¿verdad?
Y a pesar de todas estas cuestiones, tampoco es que los profesionales se hagan extremadamente ricos con este deporte: los sueldos anuales de yokozuna, la clasificación más alta, rondan los tres millones de yenes (unos 25.000 euros), aunque sí es cierto que pueden complementarlo con bonos, premios de la competencia y patrocinios. Es este uno de los motivos por los que poco a poco se va perdiendo la tradición del sumo entre las nuevas generaciones, además de la falta de voluntad de los jóvenes para someterse a una vida tan regulada y los problemas de salud relacionados con la obesidad, como diabetes, hipertensión o artritis, que generalmente llevan a una esperanza de vida de al menos una década menos que la media masculina en Japón.
Aunque cada vez son menos jóvenes japoneses los que se sienten atraídos por el sumo, no deja de resultar curioso que a finales del siglo XX fueran extranjeros los que se interesaron por este deporte e, incluso, comenzaron a dominarlo; convirtiéndose en algún caso en estrellas, como Akebono Tarō, de origen estadounidense. Esto ha provocado que la escena reviva por momentos, con luchadores que van recuperando al sentir del público; gracias a esto y a que el sumo ocupa un lugar privilegiado dentro de la cultura histórica japonesa, podemos estar seguros de que seguirá muy presente en el país como práctica colectiva.
Más información: Sumo.org.