Montarse en un avión conlleva una serie de posibilidades de las que seguro nunca os habéis percatado. Por ejemplo, pocas personas han visto desde el espacio el lanzamiento de un cohete espacial; me atrevería a decir que quizá tan solo los astronautas de la Estación Espacial Internacional.
Pero el pasado 16 de septiembre, el comandante del vuelo de Iberia IB6621, su tripulación y todo aquel pasajero que no hubiese podido conciliar el sueño antes de llegar a su destino, La Habana, fueron testigos desde una posición muy privilegiada del lanzamiento de la misión Inspiration4 de la compañía SpaceX.
A las 00:02:56 horas GMT, desde el centro espacial Kennedy, en Florida, Estados Unidos, se encendían los nueve motores del cohete Falcon 9 para poner en órbita una carga muy peculiar. Se trataba del módulo Dragon Resilience con cuatro civiles a bordo, dispuestos a pasarse tres días orbitando la Tierra. Estos norteamericanos han hecho historia tras aterrizar sanos y salvos en el océano Atlántico frente a las costas de Florida el sábado 18 de septiembre.
Y han hecho historia no solo por tratarse de la primera misión espacial tripulada exclusivamente por civiles, -eso sí, entrenados duramente por SpaceX como si de astronautas profesionales se tratase, y de haber llegado mas lejos que la Estación Espacial Internacional-, sino por ser una misión liderada por un multimillonario con un motivo altruista, concienciar a la ciudadanía y recaudar fondos para el hospital de investigación infantil St. Jude en Memphis, Estados Unidos.
Las imágenes y el video del lanzamiento tomados por el comandante desde el avión de Iberia son impactantes y nos muestran detalles muy interesantes de la secuencia de lanzamiento. El IB6621 tuvo la suerte de estar en el sitio adecuado, en el momento adecuado. Tan solo dos minutos después del lanzamiento, la primera etapa del cohete Falcon 9 se apaga y da paso a la separación de la segunda etapa, que unos segundos después se enciende. Las imágenes nos muestran la gran estela formada por la segunda etapa según va guiando al módulo Dragon a su destino final, una órbita alrededor de la Tierra a unos 585 km de altitud.
En este tipo de cohete, la primera etapa es reutilizable. Una vez completada la separación de la segunda etapa, los nueve cohetes Merlin se usan de forma intermitente y gradual, como parece observarse en el vídeo, para frenar y orientar la primera etapa para su descenso y posterior aterrizaje en una barcaza en el océano.
Me imagino que ahora mismo os estáis preguntando si tendréis la fortuna de ver un lanzamiento en vuestro próximo vuelo intercontinental. La verdad es que este tipo de eventos cada vez es más frecuente y lo mismo un día de estos tenéis suerte.
Pero seguro que no sois conscientes de que cuando os montáis en un avión compráis un billete de primera clase para observar el Universo. Os lo explico.
La atmósfera nos protege, y junto con el campo magnético de la Tierra, bloquea las radiaciones dañinas que provienen del Sol y los potentes rayos cósmicos que podrían acabar con la vida. Gracias a la atmósfera hay vida en la Tierra. De hecho, cuando los astrobiólogos buscan trazadores de vida en planetas de otros sistemas solares, la existencia de atmósfera es un factor determinante para clasificar ese planeta como potencial candidato para contener vida.
Pero los astrónomos simplemente odiamos la atmósfera porque produce una serie de efectos indeseados en las imágenes que tomamos de los astros que queremos estudiar. Habrás notado que cuando observas al cielo de noche, la luz de las estrellas tintinea. Esto es debido al efecto de la atmósfera. Además, salvo el óptico y las ondas de radio, el resto de longitudes de onda (infrarrojo, ultravioleta, rayos X y rayos Gamma) son mayormente absorbidos por la atmósfera (¡y menos mal!). Pero es que resulta que los astros también emiten en estas longitudes de onda y la información que desvela este tipo de luz es muy valiosa para entender la física que los gobierna. De ahí, que los observatorios se construyan en lo alto de las montañas donde la atmósfera es mas fina, en lugares fríos y secos como la Antártida, o se coloquen los telescopios a bordo de globos y aviones, o bien en satélites. ¡Todo para evitar la fastidiosa atmósfera!
Pues bien, cuando te montas en un avión viajas a unos 38.000 pies (unos 12 km), bastante más alto que ningún observatorio terrestre, justo por encima de la troposfera, la capa en la que se forman las nubes y produce la mayor parte de los efectos indeseados por los astrónomos. Cuando viajas en un avión, simplemente te encuentras en una posición privilegiada para la observación del Cosmos. Pero no te preocupes, a esa altura, la luz más energética ionizante (desde el ultravioleta a los rayos gamma) ya ha sido absorbida por la alta atmósfera, y solo llegan unas bandas inofensivas del infrarrojo.
La próxima vez que cojas un avión de noche, pide ventanilla, espera a que apaguen las luces de la cabina y deja que tus ojos se acostumbren a la oscuridad; aprovecha para taparte con la manta o un jersey para evitar reflejos y disfruta de la imagen nítida de la Luna y de las estrellas que ya no parpadean. E intenta vislumbrar la galaxia espiral Andrómeda, justo debajo de la constelación Casiopea, fácilmente reconocible por su forma en W.
Pero te seré sincera, desde mi posición de astrónoma profesional y madre de dos niñas pequeñas, la próxima vez que coja un avión de noche y no pueda conciliar el sueño me conectaré a ver todas las películas para mayores de siete años que no he podido ver hasta la fecha; pero eso sí, echaré un vistazo de reojo por la ventanilla por si coincide algún lanzamiento.
Cristina García Miró
Cristina es astrónoma de soporte del Observatorio de Yebes, en Guadalajara, del Observatorio Astronomico Nacional, IGN, Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana.