Antes del avión: ingenios previos a las aeronaves

03/07/2024

Desde el principio de los tiempos, el hombre siempre soñó con volar como los pájaros. Conocemos historias que forman parte de la mitología, como la leyenda de Dédalo e Ícaro. Numerosos escritores, desde Cervantes a Julio Verne, dejaron constancia en sus obras de ficción de ese anhelo. Y, como es lógico pensar, la creación del avión tiene su propia prehistoria. Antes de la hazaña de los hermanos Wright, hubo muchos intentos de elevarse por los aires o de crear ingenios que lo lograran antes de que una poderosa obra de la ingeniería como es el avión cobrara forma. Vamos a pasear por esa historia a través de algunos de esos hitos.

La ‘peristera’ de Arquitas de Tarento

El primer registro del que se tiene constancia de estos intentos fue llevado a cabo por Arquitas de Tarento, un filósofo, estadista y matemático que vivió a caballo entre los siglos V y IV antes de Cristo. A él se le atribuyen también inventos como el tornillo y la polea. Los expertos coinciden en que su peristera (paloma en griego clásico) pudo ser el primer artefacto volador por medios propios.

Tenía forma de ave (algo que, como veremos, será una constante a lo largo de la historia) y utilizaba un chorro de aire o de vapor para elevarse y volar. Amarrada con cuerdas, esta paloma de madera hacía un vuelo controlado que duraba lo que duraba ese aire propulsado. Según los documentos de la época, podía volar a 180 metros de altura.

Abbás Ibn Firnás, el primer hombre que pudo volar

Debemos imaginar a aquellos inventores como hombres que deseaban flotar en el aire como las aves. De ahí que surgieran artefactos como las alas creadas por el bereber malagueño Abbás Ibn Firnás, un precursor de los humanistas, científico y químico andalusí. Eran de madera y las había cubierto con plumas. Allá por el año 875 de nuestra era, se subió a una torre en Córdoba y logró mantenerse en el aire durante diez segundos.

Aunque el aterrizaje fue terrible (se fracturó las dos piernas), lo cierto es que en conjunto su hazaña se considera un éxito. Por cierto, a él también se le considera el primer inventor del paracaídas, ingenio que creó y probó 23 años antes.

Leonardo da Vinci: el primer teórico del ornitóptero

Conocemos a Da Vinci no solo por su faceta como artista (¿quién no conoce La Gioconda?), sino también, y a la altura de la anterior, por la de inventor. Fue tantas cosas que es imposible enumerarlas todas: arquitecto, pintor, escultor, ingeniero, filósofo, urbanista, paleontólogo… Por él se acuñó la expresión hombre del Renacimiento en el sentido de alguien erudito, capaz de destacar en diversos campos.

Leonardo se pasó muchos años observando y documentando el vuelo de aves e insectos, y llegó a la conclusión de que el peso impedía al hombre volar. Pero desarrolló modelos teóricos de máquinas voladoras como el ornitóptero, basado en el aleteo de las aves, que generaban sustentación y propulsión (principios físicos adoptados siglos después por la ingeniería aeronáutica).

1783: los hermanos Montgolfier y el principio de Arquímedes

Hubo que regresar a los clásicos para desarrollar el primer ingenio con el que se haría el primer vuelo libre de un hombre en toda la historia. El invento: el globo aerostático. Sus creadores: los hermanos Montgolfier.

Los globos aerostáticos, que hoy en día continúan existiendo, aunque relegados a paseos para ver lugares desde las alturas, están basados en el principio de Arquímedes, que dice que un objeto sumergido en un fluido experimenta un empuje hacia arriba igual al peso del volumen del fluido que desaloja.

Para que el globo se eleve, el aire desplazado debe tener un peso mayor que el del objeto (el globo más las personas que van dentro). Así, el empuje hacia arriba es superior a la fuerza de la gravedad que tira del objeto hacia abajo. El aire dentro del globo está caliente, por lo que adquiere distinta densidad y logra su cometido: volar.

1852: llega el dirigible

El gran problema del globo era que no se podía controlar la dirección del vuelo. Tuvieron que pasar casi seis decenios para que Henri Giffard creara una máquina que sí podía ser dirigida… y se la llamó dirigible.

En septiembre de 1852, el propio Giffard, con su ingenio provisto de timones y motores, logró recorrer 24 kilómetros. Eso sí, a razón de 8 kilómetros por hora. Un invento que se utilizó incluso ya entrados en el siglo XX como medio de transporte.

Los planeadores: la última etapa de la prehistoria del avión

El siglo XIX, en paralelo a la aparición del dirigible, fue especialmente fructífero en el desarrollo de las bases que darían lugar, ya en el XX, a la ingeniería aeronáutica.

Si el globo aerostático o el dirigible permitían al hombre mantenerse en el aire, los planeadores nacían con el objetivo de sustentar el vuelo controlado por un periodo de tiempo. Así comenzó a estudiarse en profundidad qué tipo de elementos o mejoras debía tener un artilugio que lograra volar de manera controlada. Por ejemplo, Frank Wenham descubrió que el diseño de alas óptimo debía ser más similar al de los aviones actuales que al diseño de alas de ave o de murciélago hechas hasta entonces, ya que fijaban más la sustentación.

Aunque los planeadores de Wenham, en los años 60 del siglo XIX, no tuvieron éxito, su trabajo lo continuó años después Otto Lilienthal: sus planeadores lograron recorrer más metros que los ideados con anterioridad.

El francés Octave Chanute recogió el testigo del trabajo de Lilienthal, y avanzó en los conocimientos de la futura aviación creando el biplano. De hecho, es considerado el padre de la aviación y asesoró a los hermanos Wright. Terminaba la prehistoria del avión: se abría una nueva era para la humanidad.

 

Imagen | Grafissimo

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