Comer en Cantabria: entre fogones, prados y mares

18/07/2025

Hablar de Cantabria es hablar de una tierra que respira sabor. Es verde y azul al mismo tiempo; son los valles pasiegos, los acantilados escarpados y los pueblos marineros que huelen a sal y humo de cocina. Comer en Cantabria es entregarse al placer de lo auténtico, donde cada producto tiene rostro, origen y memoria. Aquí, los fogones no improvisan: celebran.

En este recorrido te llevamos por los sabores más representativos de Cantabria, y te contamos exactamente dónde puedes vivir cada experiencia gastronómica en su versión más fiel, deliciosa y real.

 

El alma de los prados: carnes, quesos y mantequilla

Los Valles Pasiegos, con sus suaves colinas y un microclima húmedo, son el hogar de una de las ganaderías más cuidadas de la Península. Allí, entre campanos y hierba fresca, pasta la vaca Tudanca, una raza autóctona de carne fina, potente y sabrosa. Uno de los mejores lugares para probarla es El Molino de Puente Viesgo, un asador de referencia donde la Tudanca se sirve en su versión más honesta: a la brasa, poco hecha, con el punto justo de sal. También en La Juguetería, en Torrelavega, la carne local se trata con mimo y se acompaña de productos de temporada y vinos cántabros.

Pero Cantabria también se saborea en frío, en forma de queso. El Picón Bejes-Tresviso, madurado en las cuevas del Parque Nacional de los Picos de Europa, es un queso azul de intensidad inolvidable. Lo puedes degustar en su cuna, visitando la Quesería Río Corvera en Tresviso, o en mesa, en lugares como el Restaurante El Oso, en Cosgaya, que ofrece una tabla con varios quesos cántabros acompañados de panes y dulces caseros.

No hay que irse de los valles sin probar el queso de nata de Cantabria, suave, cremoso y perfecto para una tabla informal. En Quesería La Jarradilla, en Tezanos, puedes ver cómo se elabora de forma artesanal y comprarlo directamente del productor. Es habitual encontrarlo también en tapas o bocadillos en bares de Santander como La Viga, un pequeño local con buen producto y trato familiar.

 

Los sabores del mar: anchoas, pescados y mariscos frescos

Santoña no es solo un puerto: es una catedral del sabor. Allí se elaboran las mejores anchoas en salazón del país, con boquerones del Cantábrico curados y limpiados a mano, uno a uno. Puedes visitar fábricas como Conservas Emilia o Conservas Codesa, donde además de conocer el proceso, se organizan catas que despiertan el paladar con cada filete. En restaurantes como La Bodega La Montaña, en Santander, sirven anchoas de Santoña con mantequilla y pan cristal en su máxima expresión.

El mar también ofrece otras joyas que se sirven a diario en puertos como Laredo, Castro Urdiales o San Vicente de la Barquera. Entre ellas destacan los maganos encebollados, unos calamares pequeños cocinados lentamente con cebolla hasta que se funden en boca. En El Retiro, en San Vicente, preparan una versión clásica y honesta, solo disponible cuando es temporada. También en El Ancla, en Somo, donde los pescados de roca y los maganos son protagonistas del verano.

Otro plato que enamora al primer bocado son las almejas a la marinera, cocinadas con vino blanco, ajo y perejil. Las sirven a la perfección en La Mulata, uno de los referentes en pescado fresco en Santander, y también en Casa Cofiño, en Caviedes, un templo de la cocina tradicional que sorprende a todo el que lo visita.

 

Pucheros con historia: los cocidos cántabros

En Cantabria no todo es costa. En los días grises del interior, los cocidos siguen teniendo el papel de reyes de la mesa. El más extendido es el cocido montañés, una receta nacida para combatir el frío y el esfuerzo físico, hecha a base de alubias blancas, berza rizada y compango (chorizo, morcilla, tocino…). Uno de los mejores lugares para probarlo es La Montaña, en Selaya, donde el plato se sirve con generosidad y sabor auténtico. Otra versión más refinada pero igual de sabrosa la encontrarás en el Palacio de Soñanes, en Villacarriedo, dentro de un entorno barroco que complementa la experiencia.

El cocido lebaniego es otra joya, más suave, elaborado con garbanzos de Potes, repollo, carne de cerdo y el famoso relleno de pan y huevo, similar a una albóndiga frita. Es típico del Valle de Liébana, y el mejor lugar para probarlo es, sin duda, Casa Cayo, en Potes, donde se sirve como manda la tradición: en tres vuelcos y sin prisas.

 

Dulces con memoria: sobaos y quesadas pasiegas

En la repostería cántabra, menos es más. No hay estridencias ni florituras, solo ingredientes nobles y recetas heredadas. El sobao pasiego, elaborado con mantequilla, huevos y azúcar, ha sido elevado a símbolo nacional gracias a productores como Joselín, en Selaya, o El Macho, en Vega de Pas, donde se siguen haciendo como antaño y puedes ver el obrador mientras los compras recién horneados.

La quesada pasiega, por su parte, es un postre que parece flan pero recuerda al pastel, con una base de leche cuajada, limón y canela. Lo sirven casero en la mayoría de restaurantes del interior, pero una de las más aclamadas es la de Confitería la Casa de la Quesada, en Alceda, muy cerca del nacimiento del Pas.

 

Imagen | sharko

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