Una de las consecuencias del establecimiento del bucle de retro-alimentación entre la interpretación negativa y la ansiedad, que constituye la raíz de nuestra fobia a volar, es que nos predispone a experimentar más ansiedad.
En efecto, este bucle genera, por un lado, un sesgo atencional preconsciente que nos lleva a buscar activamente aquellos aspectos de la realidad que puedan suponer una amenaza y/o un peligro para nosotros, lo que los psicólogos han llamado «hipervigilancia«, y, por el otro, una expectativa consciente de que vamos a experimentar ansiedad. Y ambas cosas, a su vez, incrementan la activación del sistema nervioso autónomo simpático, responsable de la aparición de los síntomas típicos de ansiedad como la taquicardia, la sudoración o la dificultad para respirar. Además, esta activación puede hacer que la hipervigilancia se dirija hacia nosotros mismos, de modo que prestemos una atención especial a nuestras sensaciones, algo que los psicólogos han denominado «autofocalización«.
Así que desde el momento en que sabemos que tendremos que coger un avión, la hipervigilancia y la expectativa de ansiedad nos están predisponiendo, a través del incremento de la activación del sistema nervioso simpático, a que, cuando nos encontremos dentro de ese avión, nos suceda una de estas dos cosas o incluso ambas a la vez:
- que interpretemos cualquier incidencia del vuelo en los términos de que algo malo está pasando y va a producirse un accidente, y, de esa forma, se desencadene nuestra ansiedad;
- o que interpretemos el más leve cambio en nuestras sensaciones como un indicio de que inmediatamente se van a disparar los niveles de ansiedad.
En cualquier caso, el resultado es un fortalecimiento del bucle de retro-alimentación entre la interpretación negativa y la ansiedad y, por consiguiente, de nuestro miedo a volar.
Imagen | ihtatho
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