Los pensamientos negativos automáticos

02/11/2010

Como sabemos, la raíz de nuestra fobia a volar consiste en el bucle de retro-alimentación establecido entre la interpretación negativa de lo que sucedió en algún vuelo y la ansiedad que tal interpretación nos provocó. Pues bien, si hicimos tal interpretación fue porque tenemos pensamientos automáticos negativos acerca del hecho de volar y de lo que eso supone.

En la década de 1960, el psicoterapeuta norteamericano Albert Ellis señaló que la causa de nuestras reacciones no eran las cosas que nos ocurren, sino aquello que pensamos sobre ellas. Esta idea, que él expresó mediante el conocido esquema A-B-C (para entendernos: Acontecimientos activadores – Creencias acerca de tales acontecimientos – Consecuencia emocional o conductual), se encuentra en la base de las modernas terapias de reestructuración cognitiva. Pero, en realidad, es muy vieja: ya a principios de nuestra era, el filósofo griego Epicteto decía que «lo que inquieta al hombre no son las cosas, sino las opiniones acerca de las cosas».

Así, aquel día en que volabámos con una tormenta o notamos algún ruido extraño o simplemente nos acordamos de un reciente accidente aéreo mientras mirábamos por la ventanilla, se activaron ciertos pensamientos autómaticos negativos referidos al hecho de volar y a lo que eso supone, que, a su vez, inspiraron nuestra interpretación de que algo malo iba a pasar. Tal vez no nos diésemos cuenta, pero dichos pensamientos intervinieron para que unas incidencias que no tenían la menor importancia o el recuerdo de un desgraciado suceso sin ninguna relación con nuestro vuelo, nos provocaran ansiedad. Y lo peor de todo es que muy probablemente siguen haciéndolo cada vez que tenemos que coger un avión.Tratemos de identificar los nuestros. Unos pueden estar relacionados con la parte técnica de volar, como, por ejemplo,  que si se paran los motores, el avión puede caer como una piedra. Otros, con el mismo hecho de sentir ansiedad al volar, como ése de que el ser humano no está hecho para volar (¡como si lo estuviera para navegar en transatlántico, conducir por el centro de una gran ciudad o patinar!). Y otros, con un montón de temas diversos que pueden influir en nuestro problema, desde la idea de que pensar en un accidente basta para aumentar las probabilidades de que se produzca, hasta la de que si empezamos a ponernos nerviosos la cosa seguramente irá a peor, pasando por la de que todo lo malo nos pasa a nosotros.

Lo único que tienen en común es que son automáticos (o sea, que los hemos asumido hasta tal punto, que ni siquiera nos apercibimos de ellos cuando aparecen) y negativos (o sea, que presentan una «realidad» que refuerza nuestro miedo a volar).

Imagen |  Pete Fletch

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