¡Cultivemos diamantes!

16/02/2011

Como si del cuento Hansel y Gretel de los Hermanos Grimm se tratara, nos adentramos en un enigmático bosque de pinos, encinas, jaras, robles y avellanos. Huele a húmedo y sabe a verde. Así de encantadora es la Sierra de Lokiz en Navarra. Y así de especial es este paisaje en donde emerge de la nada un Museo, el de la trufa, en el Centro de Interpretación de Metauten.

Tiene mucho encanto, no solo por ser algo único en España sino por toda la leyenda que envuelve a la trufa, ese diamante negro de la cocina.

Y es que este valioso diamante hace las delicias del más exquisito paladar. Y ya se sabe, lo bueno nunca abunda. Y las trufas encima de no abundar se esconden debajo de la tierra y saben jugar al escondite mejor que nadie.

Técnicamente, la trufa es el fruto de un hongo micorrícico. Suelen desprender un olor muy característico y penetrante. De hecho, gracias a su esencia muchos animales son capaces de descubrirlas: ya sean jabalíes o cerdos salvajes, quienes se las comen esparciendo luego las esporas; ya sean perros adiestrados con el fin de encontrarlas.

Existen hasta 40 especies de trufas, pero hoy en día las verdaderamente conocidas son:

El humano se las ha ingeniado para que la trufa no solo pueda recolectarse sino también cultivarse. Atrás quedó ese secretismo que rodeaba la recolección del diamante negro. El Museo de la trufa es uno de los encargados de difundir estos conocimientos. Es el intermediario con los truficultores de la zona y coordina actividades cuyo principal objetivo es dinamizar todo aquello relacionado con el mundo de la trufa.

Para convertirse en un buen truficultor se ha de tener paciencia (antes de obtener el primer fruto pasarán al menos cinco años) y ser perseverante. El cultivo de este hongo es complejo y muchas veces incierto.

El primer paso: elegir el terreno ideal. Lo que anteriormente estuviera plantado en dicho terreno determinará el éxito en la nueva plantación. Sin duda alguna, los mejores precedentes para el cultivo de trufas son los cereales, las leguminosas, las forrajeras, y la mayoría de los frutales (excepto el avellano, que no lleva hongos formadores de ectomicorrizas asociados a sus raíces).

El segundo paso: analizar la climatología de la zona.

  • Las lluvias han de ser abundantes a la vez que irregulares.
  • La alternancia de estaciones marcadas es imprescindible.
  • Las primaveras cálidas y húmedas son muy favorables, al igual que los veranos marcados por períodos secos y tormentas estivales.
  • El principio del otoño debe brillar por la ausencia de heladas y los inviernos carentes de largos periodos de mucho frío son los perfectos.

Con estas pautas, algo de confianza y buena mano se llega a ser un truficultor diez. Sin duda, la rentabilidad a largo plazo bien merece la pena el esfuerzo, ¿o no?

El Museo de la Trufa puede visitarse en Navarra. Iberia ofrece, cada día,  hasta siete vuelos desde Madrid.

Foto | Raza Nostra

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