Cómo ser feliz en el malecón

08/08/2011

La HabanaLa Habana enamora aunque tenga desconchones en las paredes. O quizá por eso. Hay quien dice que quiere visitar Cuba y su capital antes de que muera Fidel Castro porque ya luego se convertirá en otra cosa. Ahora lo que el turista puede ver es una ciudad de pasado esplendoroso, edificios imponentes y paseos que antaño fueron burgueses. No en vano, la Habana Vieja está declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Empecemos en este barrio de colores vivos y plazas preciosas.

La catedral, un tanto achaparrada, mira los puestos del mercado de artesanía que se celebra los fines de semana. Cerca se eleva el Castillo de la Real Fuerza, la fortaleza colonial más antigua de toda América. Las palmeras nos reciben en la Plaza de Armas, donde también los fines de semana tiene lugar un mercado de libros de segunda mano. No hay que tener prisas y el paseo ha de ser calmado. Veamos el imponente Capitolio Nacional (¿no parece el de Washington?) y recorramos el Paseo del Prado (el boulevard que ejercía de punto de encuentro de la alta sociedad hasta mediados del siglo XX). Tomemos un café en las terrazas de la calle del Obispo, inmortalizada por Ernest Hemingway junto con los restaurantes Floridita y La Bodeguita, llenos de turistas pero donde se come de lujo. De la Plaza de San Francisco al Palacio de los Capitanes Generales (hoy Museo de la Ciudad) y de ahí a la Casa de José Martí y la fábrica de puros de Patargas. Fúmese un habano en el malecón, ese paseo que es la vida misma de Cuba: niños que juegan en la calle, señores que lanzan proclamas a favor o en contra del sistema y músicos a los que les importa más sacar una sonrisa que una limosna.

Después de ver el malecón y el Caribe entenderá el sentido de las famosas habaneras popularizadas por Carlos Cano: “La Habana es Cádiz con más negritos / Cádiz es La Habana con más salero”. Además del aire portuario evidente, las fortalezas de La Cabaña y El Morro tienen el mismo estilo que los baluartes de la Tacita de Plata. El barrio del Vedado, por el contrario, recuerda a Miami. Es una sucesión de rascacielos, negocios, bancos y hoteles. Hay que visitar la Plaza de la Revolución, un enorme espacio vacío utilizado para las grandes manifestaciones, y el monumento a José Martí, de 142 metros de altura. La elegancia prima en Miramar, barrio de las embajadas y las residencias más sofisticadas construidas a principios del siglo XX. La famosa Quinta Avenida, como en Nueva York, atraviesa el distrito.

La ciudad tendrá baches, edificios que se caen cada día y gente que no llega a fin de mes aunque esté pluriempleada, pero la alegría no se pierde. El cubano proclama el carpe diem y mueve el cuerpo cada vez que suena una trompeta. Un tópico que se cumple. Para salir por la noche, nada mejor que La Habana Vieja, con sitios auténticos donde los locales se mezclan con los turistas. Muchos no tienen nombre, pero los reconocerá cuando escuche el ritmo del bolero, la salsa o el latin jazz. Y ahí uno se da cuenta de que se puede ser feliz con muy poco.

Datos útiles:

  • La Habana tiene algo más de 2 millones de habitantes.
  • Registra temperaturas altas. El invierno, menos caluroso, es de noviembre a abril.
  • La moneda es el peso cubano.
  • Iberia ofrece, en ruta directa, un vuelo a La Habana cada día y buenas conexiones desde el resto de la red.

Foto | joseba m. arginzoniz martin