Galápagos, iguanas y mucho más

13/09/2011

De Galápagos sorprende la impasibilidad con la que reciben al visitante las especies que las habitan. Sorprende también que, todavía hoy, gran parte de las islas están despobladas y, sobre todo, sorprende el estado salvaje en el que se conserva el archipiélago. Galápagos, iguanas y leones marinos son los anfitriones en este periplo tras las huellas de Darwin.

Uno de los primeros seres que me dio la bienvenida cuando llegué a Galápagos fue un lobo marino que intentaba dormir la siesta en el embarcadero de la isla de Baltra, donde aterrizan los vuelos procedentes de Quito y Guayaquil. Me encontré al animal casi de boca, al coger la “panga” –o lancha- que me llevaría hasta el “Legend”, uno de los barcos expedición que recorren las Islas Galápagos.

Desde ese momento, los casi cuatro días que estuve visitando el archipiélago transcurrieron entre caminatas y jornadas de snorkel, con el único contacto de las personas con las que viajaba en el barco porque, salvo en Santa Cruz, en ninguna de las islas que visitamos encontramos a nadie; eso sí, nuestros anfitriones fueron siempre excepcionales: juguetones leones marinos, enormes galápagos, apáticas iguanas y todo tipo de aves: extraños piqueros de patas azules, flamencos de andar quebradizo, inesperados pingüinos, varios tipos de pinzones, y otras especies como cormoranes, fragatas, pelícanos, y albatros que nos acompañaron durante todo el viaje.

Probablemente, los antepasados de estos animales fueron también los anfitriones de Charles Darwin cuando llegó a Galápagos en 1835. Parece ser que lo que más le llamó la atención fue la diversidad de las especies que encontró y, sobre todo, las diferencias entre los pájaros pinzones de las islas con los que había observado en otras zonas de Sudamérica. El estudio de las distintas variedades de estas aves fue clave para la formulación de su teoría de la evolución y la selección natural.

Bartolomé, Isabela y Fernandina

Una de las primeras lecciones que aprendes al llegar a Galápagos, es que el respeto entre seres racionales y no racionales debe ser mutuo, que hay que mantener las distancias para que nuestros anfitriones no se sientan invadidos, que nunca se debe dar de comer a los animales. Lo otro que conviene saber es que se disfruta mucho más del recorrido por las islas estando en silencio: nuestra guía nos regalaba todos los días unos momentos de calma total, para poder apreciar el canto de los pinzones, el batir de las olas, el zumbido de los insectos…

Mi primer desembarco fue en la isla de Bartolomé, donde habita una pequeña colonia de pingüinos que reciben y sorprenden al visitante – al menos a mí, que pensaba que los pingüinos solo podían vivir en zonas frías-. Según se suben los 365 escalones esculpidos en la lava que conducen a la parte más alta de la isla de Bartolomé, puede contemplarse una de las panorámicas más típicas de Galápagos: la de la bahía Sullivan -que separa Bartolomé de la isla de Santiago- con el Pináculo, una gran roca de toba volcánica con forma de cono. Las aguas tranquilas de Bartolomé también son un buen sitio para hacer snorkel y, si tienes suerte, incluso puedes toparte con algún pez manta rayas.

En la isla de Isabela sí que pueden encontrarse galápagos: con una lentitud pasmosa,  bajan reptando desde la parte más alta de la isla en busca de comida. Son tan grandes que cabrían cuatro personas cómodamente sentadas sobre su caparazón y, sin embargo, pueden llegar a pasar inadvertidas entre el follaje que devoran a su paso. Otra de las especies curiosas que habitan en Isabela son unas iguanas terrestres de un color casi dorado, cuya intensidad revela el grado de virilidad de los machos.

Enfrente de Isabela está la isla Fernandina, la de más reciente formación de todo el archipiélago y de la que dicen que es “yerma en tierra, pero llena de vida marina”. En Fernandina puede verse una gran variedad de fauna: montones de iguanas terrestres  de piel gris que escupen sal, cormoranes, iguanas marinas que conviven con cangrejos multicolor, y bastantes lobos marinos: unos que se divierten saliendo y entrando una y otra vez de una piscina natural, una hembra embarazada con una cría que –aunque ya tiene edad para pescar- le exige una y otra vez a su madre que le dé de mamar, un par de machos que se enzarzan en una pelea por el dominio del grupo… Todo lo contempla una grulla, que camina despacio y hasta se pavonea para que la fotografíen unos turistas que tiene cerca.

Santiago, Rábida y Santa Cruz

En la isla de Santiago llama la atención el contraste entre sus acantilados de lava negra y la arena blanca de sus playas. La concentración de iguanas marinas es mayúscula pero, sobre todo, allí vive una variedad de lobos marinos que se llama lobos peleteros, y que se diferencian de los primeros por sus bigotes y su pelaje, mucho más denso. Santiago es un paraíso para los amantes de las aves; con frecuencia se avistan halcones, gavilanes, garzas, ostreros, pinzones…

Rábida es la más roja de todas las islas, parece cubierta de óxido. También es rica en fauna: lobos marinos que retozan en sus extensas playas o descansan a la sombra de sus acantilados; flamencos que recorren con su paso quebradizo una extensa laguna; pelícanos que contemplan al visitante desde el acantilado con gesto amenazante y, para mí, una de las mayores sorpresas del viaje: piqueros de patas azules encaramados a las rocas y desafiando al frío de la tarde. ¡Existen! ¡De verdad hay una especie de pájaros con las patas de un azul tan celeste, tan brillante y que se parece tanto al del fondo de piscina! Además, quienes se atrevan a sumergirse las proximidades de la isla de Rábida para hacer snorkel, es fácil que se encuentren con tortugas marinas y, quizá, hasta con algún tiburón blanco.

En Santa Cruz está la estación Charles Darwin, donde se desarrollan investigaciones biológicas para la conservación de las Galápagos. No es lo mismo que verlas en libertad, pero en la estación hay muchas y de todos los tamaños. Otra de sus principales atracciones es Jorge el Solitario”: no es el galápago más grande ni el más viejo que se conoce, pero es el último superviviente de la isla de la Pinta y, después de varios intentos, todavía no se ha conseguido ningún otro ejemplar de esta variedad. En la Isla de Santa Cruz también se puede visitar Puerto Ayora y, de paso, aprovechar una de las pocas oportunidades para las compras que ofrece el periplo por las Galápagos.

Datos útiles

  • El archipiélago de las Galápagos está formado por 13 islas principales, seis menores y decenas de islotes. Klein Tours ofrece diferentes itinerarios de tres, cuatro y siete noches para recorrer varias de las islas en embarcaciones de entre 20 y 100 pasajeros.
  • Iberia vuela a Quito y Guayaquil todos los días. Desde cualquiera de las dos ciudades se puede llegar al aeropuerto de Baltra (en Galápagos) con las compañías Aerogal y TAME.
  • Una opción para quienes dispongan de más días es volar a Quito y visitar la ciudad antes de volar a Galápagos. El regreso de las islas puede ser a Guayaquil y, desde allí, acercarse a Cuenca, un tesoro colonial.
  • Para más información sobre Galápagos, consultar en Turismo de Ecuador

Foto 1 | Jualian Rotela Rosow

Fotos 2 y 3 | Laura Tirado



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