Calas y viento en el Cabo de San Vicente

13/10/2011

Las playas son recónditas, de arena fina, y hay cuatro gatos. Existe un lugar en el Algarve portugués barrido por el viento y alejado de las hordas de turistas británicos que abarrotan ciudades como Portimao, Lagos o Faro. El Cabo de San Vicente, situado en el extremo sudoeste de Portugal, es un lugar lleno de magia, agreste y donde la masificación urbanística aún no ha llegado. En la Antigüedad era el extremo del mundo conocido y aún hoy en día uno tiene la sensación de que más allá del cabo no hay nada. Lo mejor es hospedarse en Sagres, un pueblecito donde Don Enrique el Navegante fundó en el siglo XV su escuela náutica. Toda esta zona jugó un papel muy importante en la exploración de las nuevas tierras de América.

La naturaleza salta a cada paso. Los surfistas se encaraman a las olas. Soplan los vientos como si fuera el fin del mundo. Los colores de los acantilados, el Atlántico y la hierba se funden. Para conocer bien la zona es recomendable alquilar una bici y recorrer toda la costa. En el trayecto verá pinares, acantilados desde donde se otea el mar bravío, calas recoletas como Engrina, Rebolinhos, Martinhal, Tonel, Beliche… Vaya haciendo paradas según le parezca, para descansar bajo un árbol o para visitar la fortaleza de Beliche, edificada sobre un acantilado que parece que se va a desprender de la tierra y caer al mar. Un poco más al oeste se encuentra nuestro lugar: el Cabo de San Vicente, cuyo faro ha sido recientemente rehabilitado. Allí, al atardecer, se juntan pandillas de jóvenes para ver cómo se esconde el sol por el horizonte. El espectáculo de luces es brutal en ese momento. Llegan los aplausos.

¿Y qué hay de la gastronomía? Como es lógico, toda esta zona del Cabo de San Vicente es famosa por los productos del mar. Uno de los platos más típicos es la cataplana, que puede ser de pescado o de carne, y se elabora en un curioso recipiente a medio camino entre la sartén y la cazuela. Se puede tomar casi en cualquier restaurante de Sagres. Cerca del pueblo se ubica el resort Martinhal, un buen lugar para hospedarse y muy family-friendly. Dispone de varios restaurantes, gimnasio, piscinas de agua caliente y un spa cuyo tratamiento te deja como nuevo.

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Foto | enversevilla

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