Nuestro primer safari africano: Aventuras en el Jardín del Edén

27/09/2016

cheetach

Si, como nosotros, llevas años queriendo hacerlo, pero siempre encuentras excusas: está lejos, hay que vacunarse… Sigue nuestro consejo, olvida tus miedos y lánzate a la gran aventura de un safari africano.

Cuando te decidas, es fundamental informarse bien y con calma,  ya que las opciones son abrumadoras. Mi objetivo era ver cuantos más elefantes, mejor, así que lo organizamos durante su invierno (agosto), en el que los paisajes son mas áridos y es más fácil verlos.Desde Johannesburgo volamos a Skukuza, junto al célebre Parque Kruger. Ahí llega la primera sorpresa. El íntimo aeropuerto es precioso, impoluto y con la gente más cálida que he visto en mi vida. Ésta es una constante en todo el viaje.

Nuestra primera parada es Sabi Sands, una reserva privada junto al Parque Kruger. La ventaja es que, mientras que en Kruger solo puedes ver animales desde la carretera, en Sabi Sands, los guías entran donde quieren y paran junto a los animales.

elephants

Nuestro hotel, el Savanna Lodge, nos deja boquiabiertos. Las habitaciones son tiendas de campaña de lujo junto a un abrevadero donde, desde nuestra ventana, vemos hipopótamos y elefantes repostando. De noche te acompaña a la habitación un guarda ya que en cualquier momento puede aparecer un animal peligroso.

Vemos amanecer con las siluetas de las zebras frente al sol color naranja intenso, como en El Rey León. Salimos de safari con los mejores guías y rastreadores en un Jeep al aire libre. Aunque estés a un metro de los animales, ellos nos ven como un objeto grande no amenazador.  Eso sí, ¡ni se te ocurra levantarte porque entonces te identifican y van a por ti!

En pocas horas ya hemos visto cuatro de los que llaman  “los 5 grandes”: búfalos, familias de rinocerontes y elefantes, y una mamá leopardo limpiando a lametones a su cría como un gato casero.  El atardecer es mágico junto a un lago repleto de hipopótamos y un martín pescador que se lanza en picado al agua.

El segundo día empieza protagonizado por varios personajes del Rey León. Seis jabalíes Pumba pastando de rodillas sin Timón, que no vive por estos lares. Los siguientes en aparecer son el pájaro Zazu y los ñus, que traumatizaron a niños de todo el mundo al matar a Mufasa en una estampida. También avistamos una manada de hienas, que, sorprendentemente, son preciosas  y enormes de cerca, primero relajadas hasta que ven algo en el horizonte y salen en polvorosa.

zebras

Tenemos la suerte de ver al animal más rápido del mundo, el guepardo, en un montículo divisando su almuerzo. Posa como una súpermodel en una rama, hace sus necesidades para marcar territorio, se resbala y cae al suelo con expresión avergonzada. El leopardo, que ayer mató un impala, hoy sube los restos a la rama de un árbol para que no se los roben las hienas.

Cientos de búfalos entran en fila en un abrevadero, un espectáculo estremecedor de bufidos y olor. Paramos a tomar café y nos rodean dos grupos de elefantes que se saludan cruzando la trompa.  El rato que pasamos junto a ellos en total armonía es una experiencia casi religiosa que nos emociona profundamente. Un rinoceronte se rasca en un arbusto con posturas que parecen de clase de yoga. Al volver al hotel, una familia de monos nos espera en la puerta. ¡Es difícil no sentirse como Tarzán!

Nos da pena irnos pero Botswana aguarda. El primer hotel es el Santuario Chilwero junto al río Chobe. En su estuario, con Namibia en la otra orilla, hay mas de 80.000 elefantes. Los ojitos de los cocodrilos nos acompañan mientras contemplamos el espectáculo desde la barca del hotel. Nos hacemos fotos con un lagarto de 4 metros con la boca abierta para refrescarse. Es la primera vez que sentimos miedo. Un hipopótamo con cara de pocos amigos se dirige a nosotros a toda velocidad. Aprovechando la coyuntura, salimos pitando, rumbo a nuestra última parada, el delta del río Okavango.

Éste es el mayor delta interior del planeta y de los más fértiles. Solo se puede llegar en avioneta, en una pista de aterrizaje rodeada de árboles con frutas como salchichones gigantes. Nos habían advertido que la belleza era abrumadora pero se quedó corto. Literalmente es como entrar en el Jardín del Edén. Nuestro hotel, Kwetsani, solo tiene cinco habitaciones, situadas en las copas de los árboles, con elefantes viviendo detrás de nosotros.  Por la noche se rascan en los soportes de la habitación, que tiemblan como si fuera un terremoto, una experiencia inolvidable.

La actividad de los animales es asombrosa, desde los avestruces bailando para atraer pareja, mandriles apareando, dos jirafas peleándose por una hembra y un  hipopótamo saliendo del agua para defecar y así no ensuciar su hábitat. Hay cientos de variedades de pájaros a cual más colorido, con el martín pescador malaquita como nuestro favorito.

Me paso la tarde en una bañera al aire libre contemplando bebés elefante mamando de su madre con el padre protegiéndolos y sacudiendo palmeras con la trompa para que caigan los frutos y comérselos. De noche, en un cielo cristalino, podemos ver todas las constelaciones y estrellas fugaces.

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Siguiendo sus huellas, por fin vemos leones. Dos hermanos, uno de ellos desperezándose como un gato y el otro mirando avizor una manada de ñus que cambian de dirección para evitarlo.

En nuestro último recorrido dos leonas juegan (¿o pelean?) a un metro del Jeep en un momento surreal que jamás olvidaremos…  Es inevitable llorar. El mal de África nos ha atrapado hasta la médula. Tenemos que volver, y tú también. ¿A qué esperas?

Fotos | Jay Jacobson} else {

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