Tarde para la ira y un viaje a Segovia

28/03/2017

Tarde para la ira

Y el Goya a la mejor película española de 2017 es para… ¡Tarde para la ira!

Con este momento tan emocionante (y sin confusiones) para el cine español, abrimos el telón y nos vamos de ruta en coche por el corazón mismo de la península ibérica. Tras los pasos del filme hemos de ir, rodado en localizaciones de Madrid y de la provincia de Segovia, sobre todo en Martín Muñoz de las Posadas y Melque de Cercos.

La incursión en los lugares de rodaje en Madrid la dejaremos para los turistas más avezados, los auténticos fans de la película y demás curiosos. ¿El motivo? Porque no son para todos los públicos. Esta no es la Capital de la Cibeles y la Gran Vía sino la Villa de toda la vida, el Madrid de barriadas, el que no sale en las guías. Usera, Vallecas y Móstoles fueron trío de localizaciones en Tarde para la ira, zonas donde el director logró dar con la estética que tanto ansiaba. No fue reto fácil, ya que el típico bar madrileño de toda la vida está mutando.

Cambiamos de atmósfera. A imagen y semejanza de los personajes de la película, nos escapamos a la España rural. Nos adentramos en la provincia de Segovia y de repente, y como por arte de cine, los fotogramas y su luz se transforman. Arribamos al que en palabras de Raúl Arévalo, director de Tarde para la ira, “es el mejor pueblo del mundo”, el de sus padres. ¿Lo será también para nosotros?

Martín Muñoz de las Posadas, a 50 km al noroeste de la capital provincial, es uno de los municipios chicos y recogidos que pueblan la campiña segoviana. Sus habitantes, de gentilicio poco agraciado -cebolleros-, son menos de 400 y no están acostumbrados a esto del turismo, ni al mundanal ruido. Pintoresco, lo es un rato. Todo. Sus calles, como las de muchos otros pueblos de España, se han ido vaciando. Por tal motivo, que el equipo de Tarde para la ira le diera una palmadita en la espalda a Martín Muñoz de las Posadas, que lo escogiera como lugar de rodaje de su película, llegó a este apacible pueblo castellano como un soplo de aire fresco y vida (200 de sus habitantes, entre ellos los padres y la tía del director, participaron en la película).

Y así es como, de la mano del cine, nos plantamos de viaje en Martín Muñoz de las Posadas. Ante nosotros se despliega la plaza Mayor del pueblo, un espacio despejado que alguien parece haber editado usando uno de esos filtros de tonos cálidos. Sus construcciones, aunque de arquitectura robusta, son discretas. Paseamos entre casas bajas, columnas, balcones… A un lado vemos el Ayuntamiento y al otro, plantándole cara, la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Lo hace segura de sí misma, conocedora de que guarda un as en la manga: contiene un cuadro titulado El calvario, obra del mismísimo El Greco.

La próxima parada es Melque de Cercos, a 20 minutos en coche –un paseo- de Martín Muñoz de las Posadas. Puentes, iglesias, arroyos, ermitas, calvarios… todo viejo, o mejor dicho, todo añejo, historia y piedra en carne viva. Llamará nuestra atención las muestras de su arquitectura tradicional. Muchas de las casas, corrales y tapias de Melque de Cercos comparten un tipo de construcción popular que solo veremos en este lugar. La cuidada disposición de las hiladas de piedra rodada, ladrillo mudéjar y pizarra nos maravillarán.

Tarde para la ira, al igual que estas líneas, es un llamamiento a los viajeros de verdad. Es, también, una oda a los rincones de España (y del mundo) que se vacían, a esos pueblos abandonados que recuerdan con nostalgia aquellos tiempos en los que les prestábamos más atención. En nuestra mano, como viajeros responsables, está el hacerlos sentir vivos. Pisarlos, mirarlos y mimarlos.

Volemos con Iberia a Madrid. Allí, alquilemos un coche o veamos la vida pasar a través de la ventanilla de un tren, y protagonicemos nuestra particular ruta en coche hasta Segovia, otra protagonista en Tarde para la ira. Viajemos a la España de los padres, a lugares que se han burlado del paso del tiempo.

Foto de Jose Luis Cernadas Iglesias