Esta primavera hice uno de los viajes más apasionantes de mi vida, sobre todo porque cuando me hablaron de ir a Lima, Perú, la verdad es que no era un destino que me atrajese especialmente, pero ha sido sin duda uno de los países que más me han sorprendido.
Lima es una ciudad triste, con una nube constante en el cielo que la cubre de bruma, pero cuando empiezas a conocerla descubres todos sus misterios y una capital de un país lleno de color, folclore e invadida de alegría con unas gentes que solo tratan de agradar. Esa nube desaparece metafóricamente para descubrir una cultura mágica llena de tradiciones folclóricas, trajes regionales, bailes… los cuales escoden textiles, tintes y ropas llenas de color que han sacado la parte más creativa y observadora de mí.
Todo esto se transportan también a la mesa y que recorriendo sus calles y mercados encuentras una gastronomía divertidísima. He conocido a muchísimos chefs que destacan y son punteros como Gerson Céspedes a cargo de la cocina japonesa del restaurante Maido o Gastón Acurio que tiene ya varios restaurantes en la capital peruana. Todos con muchísimo éxito y una fuerte representación de la comida típica.
No se pueden dejar de visitar los pequeños restaurantes llevados por cocineros locales que salen adelante con una cocina fusión, tan característica de este país. Existen dos tipos, la Chifa que se compone de una mezcla de peruano y chino y la Nikkei, japonesa y peruana. Con esa base hay una oferta de restaurantes maravillosos donde podemos descubrir todo tipo de sabores increíbles que junto con todos los colores que decoran las mesas crean una experiencia única.
A parte de la impresionante oferta gastronómica no puedo dejar de hablar de las espectaculares playas donde se encuentran algunas de las mejores olas del mundo para realizar surf, una costa maravillosa que contrasta con el bullicio y el caos de la ciudad.
Con una base en Lima, puedes aprovechar para conocer distintas ciudades y zonas del país tan emblemáticas y famosas como Machu Pichu o Cuzco donde profundizar en las tradiciones.
¿Y de compras? Lo mejor. El mercadillo Inca es divertidísimo. Fui el primer día y me compré tres pompones, el siguiente seis y al final acabé con pompones a granel que he utilizado para decorar sombreros y bolsos. La plata es baratísima y encontré unas perlitas que con unos hilos he hecho unos collares, Samyllar, que vendo en mi web y han sido el éxito del verano. Para el catering compré unas bandejas muy buenas y todo tipo de cacharros espectaculares. Perú está lleno de artesanía, de alfombras étnicas… compré en anticuarios telas que llevan los trabajadores del campo llamadas lillys que ellos utilizan para cargar, llevar los niños y de vuelta a Madrid corté y he hecho almohadones para toda mi casa. Meterse en callejones; mercados, de pescado, de carne, de fruta; tiendecitas y cotillear todas las esquinas de la ciudad es la mejor forma de conocerla. Seguro que acabáis como yo, que menos mal que volaba con Iberia, porque volví como con cincuenta kilos más de equipaje de todas las cosas increíbles y llenas de color que iba encontrando.
Cuando viajo a países más exóticos, sobre todo sudamericanos o asiáticos, no solamente busco ver la arquitectura, museos o lugares más turísticos; si no que me gusta buscar lo que hay detrás de una cultura. Sin duda Perú y en concreto Lima han sido los anfitriones perfectos para descubrir un “nuevo mundo” tan sorprendente que estoy deseando volver.
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