Hay preguntas que pueden parecer algo absurdas al ser formuladas. “¿Por qué viajamos? Porque nos gusta” quizá haya sido tu primera reacción al leer el título de este artículo. Y sí, tienes razón, en esencia, cuando se viaja (salvo por huída de una situación complicada y, a veces, por trabajo) lo hacemos por placer, por gusto.
Pero siempre hay que intentar ir un poco más allá, rascar la superficie y ver qué es lo que se esconde bajo ese placer viajero. Para responder a esto hay que combinar esa primera pregunta con una segunda o, incluso, una tercera: ¿cómo viajas? ¿para qué viajas?
Te voy a dar un ejemplo de alguien que sabía muy bien lo que era viajar:
“Al enfilar un camino, a menudo tenemos la incertidumbre de que lo hacemos por primera y última vez en la vida, que nunca más volveremos a pisarlo, y por eso mismo no podemos descuidar nada, no podemos perder o pasar por alto un solo detalle.”
Esto lo escribió una vez Ryszard Kapuściński, reportero polaco y uno de los grandes cronistas de viaje del siglo XX. Así es como él viajaba: sintiendo el viaje como un nacimiento y una muerte constantes de aquellas cosas que observaba. Cada lugar y personas con las que se cruzaba tenían un tiempo caduco en su vida y, por ello, absorbía cada segundo que les dedicaba.
A partir de ahí, sería muy sencillo deducir su respuesta a la pregunta de este artículo, pero, de nuevo, lo voy a poner en su boca: «Para conocer a los otros hay que ponerse en camino, ir a buscarlos, llegar hasta ellos». Ése es el motivo por el que Kapuscinski viajaba: para conocer a los otros. Y la única forma de hacerlo era viajando. Viajar era un placer (y a la vez un trabajo), un placer porque le permitía acercarse a las historias de esas otras personas con las que compartimos planeta.
Yo, en cierta forma, me siento muy identificado con su respuesta. El material que llevo durante mis viajes lo evidencia: un cuaderno, un bolígrafo, una grabadora, una cámara de fotos y dos lentes fotográficas muy peculiares: son lentes cortas, con las que necesitas acercarte a los motivos que vas a fotografiar para realizar una buena toma. Acercarte, tener contacto, conocer. Como cuando me alojé en casa de una familia cerca de Delhi, o para los retratos que hice durante mi viaje a Japón. Mis viajes, que al final acaban siendo también de trabajo, son, como para Kapuscinski, todo un placer.
Y ahí está lo más importante de todo: ahondar en el motivo por el que quiero viajar permitió que, incluso algo que siempre está asociado con lo rutinario y poco placentero como la palabra “trabajo”, se convirtiese en un placer.
Pero no quiero que se me malinterprete: viajar no es la solución para todo el mundo, ni mucho menos. Hay gente que encuentra felicidad en su trabajo sin que esté asociado a un viaje, pero hay algo común en casi todos nosotros: viajar es una de las formas con las que encontramos placer. Si ahondamos en la esencia de por qué viajar nos produce esa sensación (por ver amaneceres y lugares increíbles, por conocer culturas, por desconectar, por…) encontrará una buena forma de conocerse mejor y poder reencuadrar los aspectos de su vida que no estén tan en sintonía. Quizá la solución no esté en viajar más (como es el caso de Kapuscinski y mío), sino en hacer pequeños cambios en su día a día.
Las respuestas están dentro de cada uno y se esconden, sobre todo, en los detalles que nos hacen sentirnos felices. Si viajar (o cocinar, o escribir, o correr o…) es una de ellas, entonces: ¿Por qué viajas?