Se acabó tener que elegir entre naturaleza o ciudad: volamos a Panamá

13/02/2018

Panamá es un país para vivirlo de día y de noche, para dejarse sorprender por la magia del Caribe y por la belleza de su arquitectura colonial, para compaginar aventuras en plena naturaleza virgen con las bondades de una capital cosmopolita; para saborear, en definitiva, una experiencia única en Centroamérica en la que combinar cientos de opciones complementarias, nunca excluyentes. Se acabaron las dicotomías a la hora de planear un viaje: Panamá como destino ecoturista, Panamá como destino urbano. ¡Allá vamos!

Empecemos conociendo el secreto mejor guardado del país: su naturaleza, su biodiversidad. Podríamos tirar de datos para explicar que el 40% del territorio panameño está compuesto por áreas protegidas, que ofrece al visitante casi 3.000 kilómetros de costas con aguas cristalinas o que, pese al pequeño tamaño del país, supera el millar de especies diferentes de aves (más que México, Canadá y Estados Unidos en conjunto), pero queremos ir más allá de simples números, porque las aventuras hablan por sí solas.

Selvas, flora endémica, cascadas, islas, volcanes, manglares, fauna autóctona, ríos, mares, montañas… una oferta que parece no tener fin. Panamá es sinónimo de Turismo Verde, cuna de paraísos naturales quizá poco conocidos para el gran público… pero no por ello menos increíbles. Es ahí donde radica su esplendor.

Y comenzaremos descubriendo el país por la parte del Pacífico, con importantes atractivos como el Parque Nacional Marino Golfo de Chiriquí o el Parque Nacional de Coiba: aquí no sólo encontrarás el mayor arrecife de coral en el Pacífico Oriental, también preciosas playas en las que practicar pesca submarina o surf, como Santa Catalina, y pueblos pesqueros tradicionales como Boca Chica, claro ejemplo de cómo combinar naturaleza y desarrollo turístico respetando la esencia del lugar. Ambos parques destacan por su gran diversidad de fauna exótica, albergando mamíferos marinos, tiburones martillo o las siempre imponentes ballenas jorobadas, que emigran hasta aguas cálidas entre junio y noviembre para sus rituales de apareamiento. Un auténtico espectáculo.

Más al centro encontramos otros dos santuarios naturales que comparten una interesantísima variedad paisajística. De un lado, el Archipiélago de las Perlas se erige en destino obligado para los amantes del deporte acuático, con infinitas posibilidades para hacer snórkel, kayak o buceo entre mantarrayas y delfines; Contadora (arriba), la isla más famosa de las cuarenta que componen esta zona del Pacífico, destaca por sus exquisitos resorts de lujo.

Muy diferentes son los Altos de Campana, un poco más tierra adentro, ideales para acampar en plena sierra tras unas buenas rutas de senderismo en las que te toparás con 26 especies endémicas de plantas, más de doscientas familias diferentes de árboles y casi trescientas aves diferentes. Una experiencia, sin duda, en la que te sentirás bendecido por la Madre Tierra.

Por su parte, los Parques Nacionales de Darién y de la Amistad, ambos considerados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, completan una oferta natural de primer nivel. Pero hay más, mucho más: a lo largo y ancho de Panamá podrás contemplar cómo vuela en libertad su ave nacional, el águila arpía; presenciar de cerca la belleza impasible del volcán Barú, de 3.475 metros de altura; o asistir a la anidación de tortugas marinas en las Playas de Isla Caña y La Marinera, que tiene lugar entre julio y octubre y posibilita la supervivencia de cinco especies

Cubiertas las mil y una opciones naturales del país, llega el momento de una experiencia urbanita, porque es a Ciudad de Panamá, su capital, adonde volaremos con Iberia. Pocas grandes urbes han sabido aunar tradición y modernidad de una manera tan brillante, otorgando a cada etapa histórica el valor que merece: su casco histórico, caracterizado por una encomiable mezcla de estilos y una disposición de corte europeo que sigue intacta desde el siglo XVI, es otro merecido Patrimonio de la Humanidad; una distinción a la que también ha ayudado Panamá La Vieja, el (hoy) conjunto arqueológico donde nació la ciudad, considerado como el primer asentamiento español en la costa pacífica de América. En el Casco Antiguo, las famosas bóvedas de la Plaza de Francia, el Palacio Bolívar, el Teatro Nacional o la Catedral Metropolitana conforman algunas de las construcciones más destacadas del centro; si a ellas sumamos la Casa Góngora, de mediados del siglo XVIII, disfrutaremos un recorrido histórico en toda regla.

Pero también hay espacio para el Panamá moderno. Más allá del canal al que da nombre, la ciudad alberga numerosos ejemplos arquitectónicos de renombre: el estilismo giratorio de la Torre F&F, los 284 metros del Trump Ocean Club (el más alto del skyline local) o el inconfundible colorido del Biomuseo proyectado por Frank Gehry (la única obra del arquitecto en Latinoamérica) han colocado al país en primera línea del diseño internacional; éste último, con 4.000 metros cuadrados y ocho galerías de exposición permanente, se ha convertido en icono del país (arriba) al mostrar la alegoría de cómo el istmo panameño une dos continentes y divide el océano en otras dos partes. Una de esas visitas que acaban dejando huella.

El honor de unir pasado y presente recae sobre la famosa Cinta Costera, un largo tramo (más de 35 hectáreas) que discurre junto al Pacífico y por el que podrás moverte a pie, con patines o en bicicleta desde el distrito de Panamá Viejo hasta la moderna Punta Paitillla, una de esas zonas donde querrás dejarte llevar en una agradable tarde de shopping. ¿Y en medio? Un espectacular compendio al aire libre compuesto por amplias zonas verdes con árboles tropicales, fuentes, un estadio de fútbol y varias pistas deportivas; ah, y también restaurantes en los que saborear platos tradicionales de mariscos, pescado fresco y un buen ceviche al estilo panameño, la insignia gastronómica del país.

Imágenes | ©Autoridad de Turismo de Panamá