En esta etapa, si tienen miedo a volar, podemos ir dejando los cuentos para centrarnos en instrucciones más estructuradas. Podemos empezar a utilizar la Relajación progresiva que ya explicamos anteriormente -fomenta el reposo, hace énfasis en la importancia de tensar y relajar los músculos, permite experimentar de forma consciente lo que se siente cuando un músculo está tenso y cuando está relajado-, la pasiva -procura solo relajar grupos musculares, no hay tensiones, con su voz, el terapeuta va guiando al paciente para que poco a poco centre su atención en diferentes zonas de su cuerpo que irá relajando paulatinamente con ayuda de una respiración serena-, la autógena -serie de frases que el individuo se va repitiendo a sí mismo y que inducen a sensaciones de pesadez y calor en las extremidades, confianza, concentración en la respiración y regulación de los latidos del corazón- o una combinación de ellas.
La idea es seguir trabajando la diferenciación entre tensar y relajar de los diferentes grupos musculares, el control de la respiración, y las sensaciones de calor, pesadez, etc. Podemos hacerlo en la cama por la noche o también utilizando un sofá, un asiento cómodo, etc. Lo importante es hacerlo en momentos del día tranquilos.
El niño debe interiorizar que cuando está nervioso, cuando tiene miedo o simplemente está enfadado, parte de sus músculos están tensos y todo él está activado. Reconocer estas sensaciones es el primer paso para poner en marcha las estrategias trabajadas de relajación y tratar de tomar él mismo el control de la situación.
En esta etapa la visualización de colores o situaciones suele funcionar bastante bien. Así que podemos darle instrucciones para que cuando tome aire pausadamente lo convierta en su color preferido y de esta forma llene todo su cuerpo de tranquilidad y bienestar. Debe notar cómo entra por la nariz baja por la garganta y llena los pulmones al tiempo que una agradable sensación de calor inunda su cuerpo.
Debemos también trabajar en el sentido de que el niño practique por él mismo la relajación en los momentos en los que esté especialmente nervioso a lo largo del día. Para ello primero deberá identificar sus emociones y tensión para aplicar la respiración tranquila y la visualización de su color o imagen preferida. También podemos añadir autoinstrucciones del tipo: “relájate, tranquilo, respira…”. Normalmente estas rutinas pueden costar algún tiempo o pueden parecer irrelevantes para el niño, pero con la supervisión y el trabajo constante se producen mejoras significativas.
Otros recursos interesantes, según características del niño, es efectuar algún ejercicio de relajación más físico a través de los cepillos con ruedas, varillas y otros elementos que permiten a los padres dar masajes en la cabeza, espalda, etc. Este tipo de relajación es muy adecuado en niños muy nerviosos y como preámbulo de la relajación más formal por la noche antes de acostarse.
Foto | woodleywonderworks
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