¿Por qué hay personas que disfrutan viajando en avión y conociendo mundo, mientras otras sienten miedo a poner un pie en el aeropuerto?
A pesar de que el avión es el medio de transporte más seguro, muchas personas desarrollan incapacitantes fobias a volar, hasta el punto de dejar de hacer viajes por corto que sea el trayecto. Conocer los medios por los que se puede desarrollar una fobia a volar nos ayuda a ser más conscientes de cómo funciona nuestra mente cuando nos subimos a un avión.
Estas son las tres principales vías de adquisición de la aerofobia.
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Haber vivido una experiencia sobrecogedora
En el caso de la fobia a volar, esta suele ser la causa más común. Cuando vivimos una experiencia que nos hace sentir en peligro a bordo de un avión (haya o no un peligro real), nuestra mente condiciona el miedo y la indefensión a la experiencia de volar o a los aviones.
Como nuestro sistema nervioso tiene como principal objetivo protegernos de posibles daños, a raíz de esta primera experiencia en la que nos hemos visto sobrepasados, es fácil que cualquier estímulo que nos conecte con volar genere una respuesta de ansiedad, casi automática.
Con el tiempo, para escapar del malestar que nos provoca sentir esa ansiedad, es probable que comencemos a evitar viajar en avión o a realizar comprobaciones y chequeos para ganar un extra de seguridad antes de embarcar, como comprobar la meteorología. Cuando este patrón se repite en el tiempo, acabamos desarrollando una aerofobia.
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Ser testigo de una experiencia traumática o aprendizaje vicario
¿Es necesario haber vivido una experiencia difícil para empezar a temer volver a coger un avión? Rotundamente, no. Gracias a la capacidad que como seres humanos tenemos para empatizar, a veces basta con haber presenciado cómo alguien tenía un ataque de ansiedad en pleno vuelo o se alteraba mucho cuando había turbulencias para acabar desarrollando una fobia a volar.
Una parte de nosotros puede llegar a cuestionarse que, si a alguien le ha ocurrido algo concreto, por qué no a mí. Si a partir de ahí empezamos a modificar nuestro comportamiento por miedo a que esto nos ocurra, o si estamos en un momento vital especialmente vulnerable, personalmente podemos acabar desarrollando una fobia a volar.
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Transmisión verbal
Por último, y por sorprendente que parezca, hay personas que desarrollan este trastorno de ansiedad sin haber vivido en primera persona ni presenciado ninguna experiencia traumática en relación a los aviones. Dependiendo de varios factores, como la aprensividad, nuestras circunstancias vitales y cierta tendencia a manifestar ansiedad, en ocasiones basta con que alguien nos haya comentado algún acontecimiento desagradable que haya vivido en un avión y que genere el suficiente impacto emocional en nosotros para acabar desarrollando la fobia.
Está claro que no existe una única causa para desarrollar miedo a volar, pero, afortunadamente, sea cual sea el origen, todos podemos beneficiarnos de los efectos reparadores que tiene ir a terapia para resolver esta dificultad y disfrutar de volver a viajar en avión con serenidad.
David Lanzas
Psicólogo sanitario especializado en ansiedad y trauma
Fundador de Instituto Lanzas | @Psicolanzas
Imagen | globalmoments