Muchas de las grandes hazañas llevadas a cabo por el hombre llevan tras de sí una indisimulada carrera entre varios países por ser los primeros en alcanzar la gloria. La llegada del hombre a la Luna en 1969 fue la culminación de una encarnizada lucha entre la entonces URSS y Estados Unidos por superar a su rival tecnológicamente. Pues bien, cuarenta y cinco años antes, hubo otra competición por circunnavegar el planeta. En 1924, el hombre logró dar la primera vuelta al mundo en avión.
Antecedentes
Veintiún años antes, los hermanos Wright culminaban el primer vuelo tripulado. Después de varios intentos fallidos, Orville y Wilbur Wright lograban la proeza. Bien es verdad que aquel vuelo solo duró doce segundos y recorrió treinta y seis metros, pero colocaron la primera piedra para el desarrollo de la aviación.
A partir de ese momento, lograr naves más rápidas, más ligeras o más resistentes se convertía en el reto de los ingenieros de la época. En paralelo, los primeros aviadores iban sumando nuevas heroicidades que hacían presentir que el avión pronto sería el medio de transporte más deseado: se logró cruzar el Canal de la Mancha (33 kilómetros). Se realizó el primer vuelo comercial (30 kilómetros). Se cruzó Estados Unidos de costa a costa (en 47 días, eso sí).
Cada nuevo objetivo hacía que la nave en cuestión mejorara a las anteriores en resistencia y velocidad. Estamos hablando de comienzos del siglo XX, cuando la ingeniería aeronáutica acababa de nacer, las aeronaves volaban bajo y necesitaban parar cada pocos kilómetros. Y entonces, llegó el sueño de dar la vuelta al mundo.
La vuelta al mundo en avión… ¿en 80 días?
La verdad es que no: a estos intrépidos aviadores les llevó culminar su objetivo más del doble: 175 días. Pero es bastante probable que lo hicieran, en parte, impelidos por el espíritu aventurero de aquella vuelta al mundo en 80 días imaginada por Julio Verne medio siglo antes. O quién sabe si por la expedición comandada por Juan Sebastián Elcano con cuatro siglos de antelación y cuyo nombre lleva uno de los A350 de Iberia.
Pero ¿cómo se da la vuelta al mundo en aviones que, en el mejor de los casos, podían cubrir distancias de poco más de mil kilómetros, que necesitan parar muchas veces para repostar, que estaban bien lejos de parecerse a los que hoy utilizamos para irnos de vacaciones? ¿Cómo se logra esa hazaña con ingenios cuya altura de crucero era de novecientos metros de altitud, doce o trece veces menos que los actuales? ¡Vamos a verlo!
Solo puede quedar uno
En este caso, dos. Pero nos referimos a que había varios países en pugna por lograr esa circunnavegación aérea. Uno de ellos (el que lo logró, de hecho) era Estados Unidos. Querían colgarse esa medalla y las Fuerzas Aéreas del Ejército pidieron a la Douglas Aircraft Company que construyera para ellos una aeronave capaz de dar la vuelta al mundo.
El modelo que se tuneó para aquella hazaña fue un torpedero, el Douglas DT, al que se le cambiaron los depósitos para guardar armamento por otros de combustible, de manera que el World Cruiser creado para la ocasión casi sextuplicaba al DT en litros de combustible almacenados.
Al World Cruiser se lo equipó también con un tren de aterrizaje suplementario y con flotadores que lo permitirían amerizar en el caso de que fuera necesario (y lo fue, como veremos más adelante).
De Seattle a Seattle… atravesando el planeta entero
Cuatro fueron los aviones que prometían cubrir la vuelta al mundo en avión. El avión Seattle tenía a los mandos al mayor F. L. Martin, acompañado por el sargento mecánico A. L. Harvey. El Chicago llevaba al primer teniente L. H. Smith y al sargento mecánico A. H. Turner. El Boston, a Leigh Wade a los mandos y a H. H. Ogden como mecánico. Por último, el New Orleans iba pilotado por el primer teniente E. H. Nelson, y junto a él volaba el segundo teniente J. Harding Jr.
El 6 de abril la expedición parte de Seattle hacia Alaska. Pero ya en el punto de partida causa baja el Seattle, que tuvo que someterse a diversas reparaciones. Desde allí, las otras tres naves atravesaron Estados Unidos, recorrieron la Costa Este hacia Canadá, llegaron a Europa desde Groenlandia, cruzaron Reino Unido de norte a sur, después Francia, Centroeuropa y Europa del Este. Dado que la Unión Soviética les había prohibido cruzar su espacio aéreo, sobrevolaron Oriente Medio (Alepo, Bagdad, la costa sur de Irán), llegaron a la India, que cruzaron por la parte norte, recorrieron el sudeste asiático, volaron sobre Japón y, desde allí, surcaron el Pacífico de sur a norte hasta entrar por Alaska y llegar hasta Seattle, previa parada en Washington DC (donde los esperaba una multitud enfervorecida).
La vuelta completa solo la dieron dos naves, Chicago y New Orleans: el primer Boston se vio obligado a amerizar en el Atlántico y tanto Wade como Ogden fueron rescatados, pero en Canadá se unió a ellos el Boston II, que sí alcanzó la meta junto a sus compañeros. Finalmente, el 28 de septiembre, 44.085 kilómetros, casi seis meses y 61 paradas después, los militares regresaban al punto de partida.
Las horas efectivas de vuelo fueron 371 (y algunos minutos). Ese trayecto hoy se cubriría en solo 67, pero no le podemos negar a aquellos pioneros de hace un siglo su gesta.