En los últimos posts, hemos aprendido a hacer frente a los pensamientos automáticos negativos de varias maneras: identificándolos y sustituyéndolos por otros más adaptativos, distrayéndonos, deteniéndolos y poniendo en práctica diversas técnicas de control de la imaginación, entre las que se encuentra la técnica de imaginar repetidamente un accidente o catástrofe aérea. Todas ellas implican un afrontamiento activo de tales pensamientos, ya que incluso en el caso de la distracción tenemos que concentrarnos en otra cosa para evitar la aparición de pensamientos negativos.
Pues bien, la atención o conciencia plena es una aproximación que, a diferencia de los anteriores, supone un afrontamiento que podríamos llamar «pasivo» en la medida en que consiste en la observación neutra, es decir, no valorativa, de todo aquello que nos sucede, ya sean pensamientos, sensaciones o emociones. Aquí también tenemos que convertirnos en la persona que está dispuesta a ayudarnos, pero no para hablarnos a nosotros mismos y conseguir que cambiemos nuestro pensamiento o lo detengamos, nos distraigamos o controlemos nuestra imaginación, sino para contemplarnos a nosotros mismos como si fuéramos otro.
La atención o conciencia plena, que deriva en parte de la meditación del budismo Zen, se apoya en la idea de que si, en lugar de esforzarnos por controlar los pensamientos, sensaciones o emociones que nos producen malestar, nos limitamos a experimentarlos desde la distancia, sin implicarnos en ellos, tales pensamientos, sensaciones o emociones simplemente pasarán. La atención o conciencia plena es, por tanto, una forma de exposición, de ahí su potencialidad para afrontar los distintos componentes de nuestro miedo a volar.
Así que relajémonos y dispongámonos a observar qué nos ocurre cuando recordamos que tenemos que volar o subimos al avión. Para ello, podemos realizar un escaneo corporal, tratando de experimentar las sensaciones de las diferentes partes de nuestro cuerpo. O podemos permitirnos pensar cualquier cosa, pero sin darle mayor importancia, como si asistiésemos en calidad de espectadores a la representación de una historia ajena que tiene lugar en nuestra mente. La cuestión es ver qué es lo que ocurre. Descubriremos que somos nosotros (o más bien la persona que, dentro de nosotros, tiene aerofobia) los que creamos los pensamientos, sensaciones y emociones negativas acerca del hecho de volar y que si los aceptamos tal y como son, no sólo no pasará nada de lo que temíamos, sino que además éstos desaparecerán al cabo de poco tiempo.
Imagen | Junjan