Autocontrol

15/02/2011

Para superar la fobia a volar es necesario realizar ejercicios en casa como, por ejemplo, practicar la relajación o llevar a cabo una desensibilización sistemática. Y ello, obviamente, requiere cierta constancia y disciplina por nuestra parte. Aquí es donde surge el famoso tema de la «fuerza de voluntad». Pero, ¿qué es exactamente la fuerza de voluntad?, ¿en qué consiste y, sobre todo, cómo podemos adquirirla o incrementarla?

Tradicionalmente se la ha presentado como la capacidad para actuar propia de las personas o como una especie de rasgo de personalidad. Sin embargo, todos hemos comprobado cuán difícil nos resulta a veces cumplir con nuestras obligaciones, por lo que la fuerza de voluntad no debe de ser una capacidad permanentemente disponible para nosotros. Y si fuese un rasgo de personalidad, entonces habría gente con más o menos fuerza de voluntad y gente que carecería de ella, sin que ni unos ni otros  pudiesen hacer nada para remediarlo, con lo cual no valdría la pena plantearse una cuestión que ya estaría resuelta de antemano.

En realidad, la fuerza de voluntad no es más que otra costumbre. De hecho, desde la psicología se la define como la conducta que permite que, en un momento determinado o a lo largo de un tiempo más o menos prolongado, se dé otra conducta en particular en sustitución de la que se estaba dando hasta ahora. Si llamamos a la primera conducta «respuesta controladora» y a la segunda «respuesta controlada» y reparamos en que es el propio individuo quien ha de ejecutarlas, entenderemos por qué la psicología prefiere referirse a la fuerza de voluntad simplemente como «autocontrol«.

Pero, ¿cómo podemos adquirir o incrementar nuestro autocontrol para realizar los ejercicios en casa que nos permitirán superar la fobia a volar? Pues, según la psicología, siguiendo estos pasos:

  • en primer lugar, decidir exactamente qué es lo que queremos hacer, cosa que implica establecer objetivos, elegir recompensas, programar actividades y reservar el tiempo para realizarlas. La forma más cómoda de establecer objetivos es empezar fijando el objetivo final y luego ir deduciendo los objetivos intermedios y los inmediatos. En cuanto a las recompensas, es conveniente darnos recompensas importantes al principio, porque es cuando más necesitamos motivarnos y más agradecemos los refuerzos. En cambio, la regla general de la programación de actividades es ir desde las más sencillas a las más complicadas, aunque éstas suelen venir determinadas por las diferentes técnicas a practicar.
  • en segundo lugar, autoobservarnos con el fin de averiguar las causas por las que no hacemos lo que tenemos que hacer y cuáles pueden ser las medidas más adecuadas para contrarrestarlas. Por ejemplo, eliminar todo aquello que nos distraiga, impedir las conductas que interfieran con la que queramos llevar a cabo, contar con otra persona o comprometernos con ella a hacer lo planteado.
  • y, en tercer lugar, comparar nuestra ejecución con los objetivos y, en función del resultado, concedernos las recompensas estipuladas o introducir las correcciones convenientes.

Así que ¡manos a la obra!

Imagen | a4gpa

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