Llegados a este punto, sería útil que nos detuviésemos un momento y aprovecháramos lo que hemos aprendido para diseñar una especie de protocolo de intervención con el que afrontar nuestro miedo a volar. Para ello, habría que recordar que la fobia a volar puede describirse como un bucle de retro-alimentación entre la interpretación negativa de diversos sucesos relacionados con el hecho de volar y la ansiedad que experimentamos en esa situación, de modo que, una vez instaurado, cualquier estímulo (la visión del aeropuerto o del propio avión o simplemente pensar en volar, imaginar que lo hacemos o recordar algún vuelo pasado) o cualquier síntoma de nerviosismo (sea consecuencia del miedo o no) basta para desecandenar todo el proceso y provocarnos un malestar tan fuerte como para no querer volver a coger otro avión nunca más.
Como sabemos, este bucle puede ser el producto de una mala experiencia a bordo que, debido a la honda impresión que nos dejó y a la tendencia de nuestra mente a proyectar aquello que más nos ha afectado, creemos que se repetirá en el futuro. Pero también de preocupaciones generales que, aunque en principio no tenían nada que ver con volar, nos indujeron a considerar los movimientos y ruidos del avión como signos de que algo malo estaba pasando e íbamos a sufrir un accidente. O incluso de esa preocupación más específica acerca de sufrir ansiedad que nos lleva a prestar una atención innecesaria y excesiva a nuestras sensaciones y que, en el momento en que éstas se salen de lo habitual, que es lo que ocurre cuando volamos, nos hace interpretarlas como el indicio de un inminente ataque de ansiedad.
En cualquier caso, la fobia a volar es un mecanismo que está compuesto por tres elementos: la ansiedad, la interpretación negativa y la asociación entre ambas. Y estos elementos constituyen otros tantos blancos a los que apuntar para superar nuestro problema. Así que podemos tomarlos como base para diseñar el protocolo de intervención frente a este problema, clasificando las técnicas que hemos ido aprendiendo aquí según se dirijan contra alguno o todos ellos.
Además, existen tres situaciones bien diferenciadas desde las que abordar la fobia a volar: en casa, durante el vuelo y de nuevo en tierra. Dependiendo de la situación en la que nos encontremos, utilizaremos unas técnicas y no otras, pues evidentemente no es lo mismo estar en casa tranquilamente que sobrevolando el océano de noche.
En los próximos posts expondremos dicho protocolo de intervención, organizando las técnicas en relación con los elementos que componen la fobia a volar y las situaciones desde las que podemos abordarla. De este modo, solo tendréis que elegir las técnicas que más os gusten y ponerlas en práctica.
Contadnos qué tal os va, cuáles son los resultados y cómo os sentís. Podéis hacerlo con un comentario a este post o a los siguientes. Y lo mismo si tenéis alguna duda o queréis que expliquemos algo con más detenimiento. ¡Ánimo!
Imagen | Smack in the middle